Sabemos que lo contrario de la fe es el miedo. En diversas ocasiones Jesús invita a sus discípulos a no tener miedo. Dicho en positivo, los exhorta a mantener una fe inconmovible. Sus vidas están en buenas manos, en las manos de Dios. Es la certeza que muestra el profeta Jeremías en la primera lectura de este domingo: “el Señor es mi fuerte defensor”, dice, al verse acorralado por sus adversarios. El profeta experimenta el pavor que le provocan sus perseguidores, no obstante, sigue confiando en Dios, en cuyas manos se abandona. En eso consiste la fe, en mantener la plena confianza de que no somos abandonados por Dios cuando las dificultades nos aturden. Dios no nos salva haciendo que nos saltemos los tramos dolorosos de la vida, sino dándonos las fuerzas para atravesarlos manteniéndonos en pie.
Lo mismo pasa con el evangelio que se nos propone para este día. En él Jesús dice a sus discípulos que no tengan miedo (se lo repite tres veces, como para que se les quede bien grabado en la memoria). Esa llamada del Maestro no pretende ocultar o negar el miedo, ni aquello que lo causa, sino que es una exhortación a no dejarse ganar por él. El miedo forma parte de la condición humana. Una de las acepciones que el diccionario nos da sobre el miedo dice: “un sentimiento de agitación o desasosiego en respuesta a una amenaza real o imaginaria”. Miremos que es, ante todo, una respuesta. Toda situación vital exige de nosotros una respuesta, dentro de las posibles está el miedo. Lo que Jesús pide a sus discípulos, tanto a los de ayer como a los de hoy, es que nuestra respuesta no sea el miedo, sino la confianza. Aunque el miedo no deja de ser una posible respuesta.
El miedo es uno de esos “conceptos comodín” que utilizamos para designar a todo lo que se le parece, como son los sentimientos de ansiedad, pánico, estrés, duda, inseguridad; los cuales suelen aparecer ante la hostilidad o experiencia de rechazo. Los seguidores de Jesús no estamos exentos de esta amarga experiencia, puesto que se trata de una sensación sumamente humana que evita, incluso, que nos quedemos paralizados ante el peligro que nos asecha. El Maestro lo sabe, y por eso alerta a los suyos que no se dejen coger ventaja por esos sentimientos, que antepongan la confianza a todo intento de huida. Es interesante notar que en cada una de las tres veces que Jesús dice a sus discípulos que no tengan miedo resalta un aspecto distinto de lo que tendrán que afrontar. La primera vez que se lo dice la exhortación está relacionada con la perseverancia en la misión. Es como si les dijera que no abandonen la misión cuando esta se pone difícil hasta el punto que da miedo seguir adelante.
La segunda vez que los anima a no tener miedo hace referencia a la vida misma del discípulo misionero: no deben tener miedo si son atacados porque su vida está en manos de Dios. El único que puede disponer del destino definitivo que les espera es Dios; no los adversarios que se encuentre por el camino. La confianza de que su vida está en manos de Dios se desprende del hecho que Dios es un Padre que se preocupa siempre de sus hijos. Si toda la creación (las plantas y los animales) dependen del cuidado de Dios, mucho más los seres humanos, llamados a ser hijos suyos en Jesucristo. Ese valor superior que tiene el ser humano con respecto al resto de la creación aparece enlazado con la tercera vez que se les pide a los discípulos no tener miedo.
Tenemos entonces tres ocasiones en las que se debe anteponer la confianza al miedo: cuando la misión se pone difícil, porque el mensaje sigue adelante ya que se trata de la palabra del mismo Jesús; en segundo lugar, cuando aparezcan adversarios que pretendan atentar contra la vida del discípulo porque su vida está en manos de Dios, y finalmente cuando los infortunios golpean la persona misma del discípulo, porque su vida vale más que todas las otras formas de vida que existen sobre la tierra y que son cuidadas por el mismo Dios.
Hoy también, en la sociedad de la incertidumbre, en un tiempo en que las certezas han sido desbancadas, el Señor nos repite una y otra vez: “no tengan miedo”. Una espiritualidad activa y esperanzadora podría ayudar a sortear los tiempos de desesperanzas; una espiritualidad que nos ayude a mirar la vida con los ojos de Dios. Si es cierto que la mirada del espectador influye en la realidad que ve, qué mejor que ver la vida con la mirada de Dios.
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