La pandemia del coronavirus que vamos viviendo ha puesto al descubierto nuestras fragilidades como seres humanos, ante ella todos somos iguales, todos estamos a merced de infectarnos, si no nos cuidamos y no ponemos en prácticas los mecanismos y medios de protección que el personal sanitario y las autoridades nos van dictaminando. Todos los países, no importa si sea desarrollado o no, pobre o rico, del tercer mundo o el primero, estamos en el camino del covid-19; aquí no se vale si se tiene dinero o no se tiene, si se es blanco, negro o amarillo, el asunto es que a todos nos tiene de rodillas.
Pero en medio de toda esta tragedia del día a día actual de nuestras vidas, vamos creando estrategias de ayuda y de combate que se van compartiendo entre todos los pueblos. El éxito de uno es compartido por todos, las formas de asumirlo son las mismas aquí o allá. Todos estamos en cuarentena y en confinamiento, todos usamos las plataformas virtuales. Todos estamos encerrados y las políticas de asumir esta amenaza son las mismas aquí, allá o acullá.
El miedo y la inseguridad ante el virus está en todos, las consecuencias económicas se hacen sentir en todos los lugares. La necesidad de ayuda es compartida. En palabras de alguien, esta situación pandémica ha logrado, lo que innumerables tratados y acuerdos a lo largo de nuestra historia mundial no han podido, lo que grandes próceres de la humanidad anhelaron, que es unificarnos y luchar juntos para preservar nuestro mundo y nuestro ser humano.
Ahora bien, lamentablemente en medio de la pandemia, se han dado situaciones tristes y vergonzosas a nivel nacional y mundial, y una de ella fue la muerte del norteamericano de raza negra George Floyd a mano de la policía, en una forma inhumana, la cual hizo deducir que todo aquello se hizo por racismo, haciendo levantar voces de protesta en todo el mundo. Porque el racismo hace ver que todavía seguimos dividido, que nos creemos unos más que otros, que pensamos que la superioridad del ser humano está en el color de su piel y por lo tanto la misma nos da privilegio sobre los otros, incluso de llegar a abusar y ultrajar su dignidad, haciéndonos creer que podemos decidir sobre la vida de tal o cual, solo porque pertenece a una raza que se considera inferior.
El racismo contribuye a la división del mundo, a la separación entre unos y otros. El color de la piel, el ser de un país o de tal o cual nación, o haber nacido en una u otra parte del mundo, en el norte o en el sur, en Africa o Europa, en Haití o en República Dominicana son cosas accidentales, lo importante y grande es que somos seres humanos, y por lo tanto somos iguales en dignidad y ser, nuestra esencia, lo propio de cada uno es que somos hijos de un Dios que nos hace hermanos y nos iguala a unos y a otros, y es ahí lo despreciable de un racismo que aumenta el abismo divisional entre todos nosotros, habitantes de un mismo mundo.
Mientras una lamentable pandemia nos unifica en su lucha y nos denuncia la igualdad humana ante ella, el hecho racista contra George Floyd denuncia que todavía en el mundo hay divisiones incluso primitivas como es el racismo, y que debemos permanecer en guardia para que estas cosas no pasen, sino que cada día se den en nosotros situaciones que nos unan; que no tenga que venir al mundo una pandemia que nos obligue a la unidad, sino que crezca una conciencia de igualdad que nos ayude a reconocer al otros por encima de cualquier prejuicio, y nos ayude a vivir la fraternidad y hermandad propia de los hijos de Dios.
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