Para no olvidar luego del confinamiento

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No sabemos a ciencia cierta cómo esta cuarentena afectará nuestra psicología

o nuestro modo de relacionarnos.

 

¿Cambiará esta pandemia nuestro mo­do de mirar la realidad? Quizás, pero aún es temprano para saberlo. Hay elementos de crudeza y dolor que pueden romper más de una ilusión, pero también hay signos de esperanza que pueden hacerla resurgir.

No sabemos a ciencia cierta cómo esta cuarentena afectará nuestra psicología o nuestro modo de relacionarnos. Ahora bien, quizás es un buen mo­mento para recurrir a algunas técnicas que nos permitan hacer memoria de lo que vamos encontrando de luces o sombras en este tiempo tan parti­cular. La memoria es muy importante para reconstruir la historia, analizar el presente y forjar el futuro. Consi­dero que debemos re­gistrar muy bien estos eventos, con todo lo que traen, para saber cuáles luchas tendre­mos que emprender y qué cosas habremos de defender, así no se nos olvidarán cuando todo esto pase, ¡que pasará!

En primer lugar, quiero tomar nota de la revalorización de las profesiones con una alta dimensión vocacional, esas que dan mucho en el día a día, que suponen sacrificio y entrega de sí por los demás. No es que ha­yan resurgido en este momento o que hayan desaparecido por algún tiempo, siempre han estado ahí, dándose, pero si las hemos dado por obvias o incluso las hemos mirado con desdén por no ser consideradas como las que conducen a un mayor nivel de vida o comodidad por su alto grado de sacrificio.

Hoy vamos reconociendo lo que vale el personal sanitario que labora en los hospita­les del país. Los necesitamos más que nun­ca. Ellos han de estar ahí en primera línea en esta pandemia: médicos, enfermeras, bio­analistas, camilleros, personal de limpieza y de cocina, auxiliares de enfermería, farmacéuticos y todo aquel que interviene para que un hospital funcione adecuadamente.

Será fácil encontrar testimonios vocacionales importantes en el área sanitaria, aunque hagan más ruido los pocos que se desentienden de su misión.

Ojalá, después de esta pandemia, podamos retomar la discusión y puesta en marcha de un plan de dignificación de los profesionales del sector salud, tanto en lo relativo a lo económico, como en la mejora de sus condiciones estructurales de trabajo que, en definitiva, irá en beneficio de toda la población.

Antes de iniciar la formación sacerdotal, tuve la oportunidad de estudiar un par de años de medicina en la UASD y veo cómo hoy, mis compañeros de esa época, están luchando con todas sus fuerzas contra esta pandemia, compartiendo información entre ellos, animándose para seguir en un trabajo que pone en riesgo sus vidas y las de sus fa­milias. Eso es vocación.

No quiero olvidar, luego de que pase todo esto, al personal que labora en el sistema educativo nacional: maestros, administrativos y de apoyo. Esos que están ahí intentando salvar el año escolar o los que están repartiendo la comida entre las familias para que los niños no dejen de comer por no poder ir a la escuela. Como hijo de maestra, sé muy bien lo que es tener vocación docente y la preocupación por esos alumnos que están en desventaja por una u otra razón, esos que con este parón pueden perder mucho de su proceso forma­tivo.

Enseñar supone muchas horas de sacrificio, de entrega silenciosa y sin brillo. Espero que todo esto nos ayude a volver a dar el valor necesario a la vocación educativa y así empeñarnos a fondo en la formación de maestros cada vez mejor preparados y con las herramientas necesarias para su buen desempeño.

Ojalá podamos se­guir uniendo voluntades para que todo el personal de las escuelas tenga una vida cada vez más digna.

Tampoco quisiera olvidar el gran número de personas que hacen un trabajo sencillo, tantas veces desdeñado, que hoy nos resultan indispensables. Pienso en las cajeras y gondoleros de los supermercados, en los famosos deliverys, en los trabajadores portuarios y transportistas que laboran en la recepción y distribución de productos de primera necesidad; pienso en tantos agricultores y pequeños productores olvidados que en este tiempo se nos hacen imprescindibles, o en tantas trabajadoras del hogar a las que se nos olvida infinidad de veces dar las gracias.

Hoy tengo presente a los tantos periodistas que están buscando con ahínco la información veraz y oportuna, cuyos nombres pasan desapercibidos, los comunicadores que asumen la educación y orientación de la gente como bandera o los trabajadores de los bancos que siguen brindando servicio a los clientes.

Más de una vez me ha asaltado el pensar en la familia de esos policías mal pagados que en medio de todo esto no saben si ellos, de tanto andar por las calles, a su regreso llevarán el virus a sus hogares.

No quisiera que se me olvide ese vendedor ambulante que hace días que no veo y que sabrá Dios en qué condiciones estarán él y su familia. No quiero que la memoria me falle, al distraerme en los afanes cotidianos, cuando todo esto aca­be, -¡que acabará!-, de la paz que experimento por cada “estoy bien” que escucho o de ese deseo enorme de dar un abrazo a mis seres queridos.

Tampoco quiero que la memoria me traicione y se enganche en otros recuerdos más superfluos de incomodidades inventadas y me olvide de tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y personas de buena vo­luntad que están ahí buscando formas creativas de dar aliento o están dándose en la atención directa a enfermos, ancianos y personas sin hogar.

¡No quisiera olvidar a los jóvenes que se están cuidando para así proteger a otros o que se están ofreciendo para facilitarle la vida a los más vulnerables!

Tomo nota de que realmente el planeta agradece cuando hacemos un esfuerzo por llevar una vida más sencilla y menos consumista. Cada mañana al despertar, me viene a la cabeza esta frase: “No es lo mismo confinamiento que hacinamiento, tú solo vives en confinamiento, recuerda a la gente de Los Guandules, Guachupita o La Ciénaga, que tanta vida te han dado, y que viven en hacinamiento. No te quejes”. Vuelvo a subrayar, no te olvides de los más pobres y sus sufrimientos.

Cada día de confinamiento se van agregando notas de cosas que no quiero olvidar cuando esto pase, -¡que pasará!-. Tendré que buscar claves que me ayuden a recordarlas en el día a día, pero se asoma una palabra que será fundamental: ¡Gracias! Creo que si todo esto nos hace más agradecidos de tanta gente que hace que este mundo funcione de forma más amable, las vidas perdidas no habrán sido en vano. Eso, que no me olvide de la gratitud, esa que puede movilizarnos a acoger, a abrazar, a cuidar, a amar y a comprometernos decididamente en la bús­queda de un mundo más justo y humano.

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