Pecado original y política

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Hasta el siglo XVI, la visión del ser humano en Occidente dependía principalmente de la Sagrada Escritura y el pensamiento de San Agustín (Ü430) especialmente en su lucha contra Pelagio.

Lutero (Ü 1546), para afianzar que el ser humano no aporta nada a la salvación más que su fe, describió con tintas negras tanto la razón como la libertad huma­na. Lutero llegó a calificar a la razón humana de prostituta. Cuando el católico Erasmo de Ro­tterdam, también crítico del papado, intentaba establecer filológicamente un texto mejor fundamentado del Nue­vo Testamento, Lutero lo atacó. A su juicio, Erasmo con su filología le faltaba al respeto a la Palabra de Dios. Le bastaba la interpreta­ción literal. No le im­portaba que ya entonces se conociesen graves errores en los diversos manuscritos del Nuevo Testamento.

Respecto de la libertad también se enfrentó a Erasmo, pues para Lutero la libertad hu­mana estaba esclavizada. Contra estas dos convicciones de Lutero se sublevaron los ilus­trados en los países pro­testantes. Kant animó a sus lectores, “¡atrévete a usar tu razón!”. Res­pecto de la libertad hu­mana, son conocidas las convicciones de Jean Jacques Rousseau para quien el ser humano era bueno por naturaleza. ¡Su corrupción prove­nía de la sociedad!

Deudores del optimismo ilustrado del si­glo XVIII, Marx (Ü 1883) y más tarde Lenin (Ü 1924) se enfocaron en que los “buenos” capturasen el poder. Todo se arreglaría cuando el partido que representaba a los sufridos proletarios tomara el poder. El paraíso sin serpiente vendría irre­misiblemente.

Montesquieu (Ü 1755) heredó de Locke (Ü 1704) una visión op­timista acerca de la hu­ma­nidad. Los humanos son seres sociales, pero conviene no caer en la in­genuidad de pensar que todo se arreglará en la sociedad si los “bue­nos” capturan el poder. En el Espíritu de las Leyes, Montesquieu se­ñaló que era necesario dividir en tres poderes independientes las funciones del Estado: eje­cutivo, judicial y legis­lativo, base de una sociedad justa.

Montesquieu no mencionaba el pecado original, pero sabía que los intereses torcidos limitan la libertad y la racionalidad de todo ser humano. Era necesario balancear y limitar los poderes.

Es fácil discursear sobre la libertad, la justicia y la razón, cosa ardua es garantizar su libre ejercicio. La justicia como el león, si no están domesticados, se defienden solos, basta soltarlos.

 

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