El Matrimonio y la Biblia

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“El marido no puede disponer de su mujer como si fuera un objeto adquirido o comprado”

El matrimonio es una realidad humana matizada, como todo, por lo divino y llevada en la Iglesia a una muy alta esfera como sacramento. Es natural que hombres y mujeres se casen, pero como todo en la vida del cristiano es bendecido y puesto en manos de Dios, por el Espíritu que enriquece a la comunidad creyente con la gracia divina.

En la Biblia, en el Antiguo Testa­mento, no hay un nominativo significativo en sí, ni Hebreo ni Grie­go, que identifique el matrimonio; la palabra hebrea berit (alianza, pacto), es la que más nos puede aproximar a la idea que tenemos de matrimonio.

En Israel como en el Antiguo Oriente, el matrimonio no es un asunto religioso ni público, sino privado, un asunto entre familias, entre los pa­dres de la pareja, además de que se paga una dote o un precio por la mujer, la cual no es infeliz por esto, ya que el amor vendrá después (Gn 24,2ss), aunque en ocasiones también se da el matrimonio por amor entre campesinos, pastores, jóvenes que se conocen en el trabajo diario (Rut 2,7ss; Ex 2,16s y ISam 9,11). La esposa pasa a ser propiedad del esposo, se discute si para ello había algún tipo de contrato, aunque en la única parte que se habla al respecto es en Tobías 7, 11-14. Usualmente la mujer se toma del propio linaje, de la misma tribu (Tob 4,2.12). Aunque a los 12 o 13 años una muchacha era considerada ya una mujer. Generalmente hacia los 18 era que contraía matrimonio. El marido tiene la obli­gación de protegerla y mantenerla. Esto se simboliza en el marido pasar la orla de su manto sobre ella (Rut 3,9; Ez 16,18). Ahora bien, el marido no puede disponer de su mujer como si fuera un objeto adquirido o comprado; la finalidad del matrimonio es la procreación, sobre todo de hijos varones (Sal 127,3s). El casar­se con más de una mujer era permitido, sin embargo posteriormente se reco­mienda casarse con una sola mujer. El abstenerse del matrimonio es un pensamiento raro en el Antiguo Tes­tamento; el matrimonio termina por la muerte de una parte o por divorcio.

En el Nuevo Testamento, aunque Jesús no se casó, no fue hostil al ma­trimonio, lo vio positivamente, afirmando su unidad e indisolubilidad (Mt 19,3-12). Se reconoce la posibi­lidad de una separación en el plano jurídico, pero sin atentar a su unidad fundamental por asunto de divorcio. La moral matrimonial se perfeccio­na, con la condena del deseo desho­nesto (Mt 5,27s). Pero aun así no se le da carácter absoluto al matrimonio: en el nuevo tiempo de la resu­rrección, puede impedir el segui­miento de Dios y por razón del Rei­no se puede voluntariamente renunciar a él (Lc 18,29). Pablo condena el divorcio (Icor 7,10-16), no es ­pesimista ante el matrimonio, pero su posición ante el mismo no es tan abierta como Jesús, pues apoya la abstinencia del matrimonio y lo re­comienda para evitar la inconti­nencia (ICor 7,2.9). Puede ser que en esto influya la situación polémica de la comunidad de Corinto y en vista a la pronta venida del Señor. Pablo ve el celibato y el matrimonio como dones del Espíritu y perfecciona la moral conyugal al fundarla en el amor. En las deuteropaulinas la relación marido y mujer se compara a la relación de Cristo con la Iglesia (Ef 5,22ss). En la carta a los Hebreos hay una exhortación a que el matrimonio se mantenga como algo santo e inviolable (13,4).

El matrimonio como realidad humana y natural, según la Biblia, no es ajeno a un sano discernimiento sobre él a la luz de la salvación dada por Dios a los hombres de hoy y de siempre, y la presencia de los cristianos en el mundo.

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