Virgen del Adviento “Y porque María tiene el corazón desocupado (inmaculado) es pura capacidad de Dios”

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En Adviento es cuando más resalta esta unión. ¿Puede haber una unión más íntima que la de la criatura en proceso de gestación en el vientre de su madre?

Esta exigencia de unidad entre el Hijo y la Madre ha sido señalada por el papa san Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus cuando nos dice: «Queremos, además, observar cómo en la liturgia de Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un feliz equilibrio cultual, que puede ser tomado como norma para impedir toda tendencia a separar, como ha ocurrido a veces en algunas formas de piedad popular el culto a la Virgen de su necesario punto de referencia: Cristo».

Por otro lado, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María me hace pensar en María como imagen de la humanidad que se abre al plan de Dios y como imagen de la Iglesia que espera el nacimiento de su Salvador. Así como Jesús va tomando forma en el vientre de María, en la Iglesia esperamos que el Espíritu Santo lo forme también en nosotros. Por eso la esencia del Adviento no se pierde al celebrar esta fiesta. Vivir la liturgia del Adviento es contemplar a María como modelo de cómo esperar al Señor. Y así como ella concibió a Jesús en su corazón antes que en su vientre, al acoger las palabras del ángel, nosotros, en nuestro adviento espiritual, estamos llamados a dejar que el Espíritu también forme a Jesús en nosotros.

Para que eso sea posible debemos procurar que nuestro corazón esté en óptimas condiciones como el suyo. La fiesta de la Inmaculada Concepción es la fiesta del corazón puro. La primera lectura de este día nos pone a pensar a qué nivel estamos respecto a esa exigencia. “¿Dónde estás?”, es la pregunta que el Señor le hace a Adán. Y espera que le demos una respuesta distinta a la suya: “Me dio miedo… y me escondí”. Quien tiene el corazón puro no tiene porqué esconderse.

El diálogo que el ángel tiene con María en el relato de la anunciación nos revela que no entra violentamente en la vida de la persona, sino que lo hace como quien pide permiso para entrar. Sus palabras son una oferta de amor. Y porque María tiene el corazón desocupado (inmaculado) es pura capacidad de Dios. En ella la Palabra de Dios encuentra el espacio adecuado para asentarse y generar la Vida.

Si el Adviento es el tiempo para reavivar la esperanza, qué mejor signo que una virgen embarazada. Ella espera que brote la vida que se gesta en su vientre. María no solo esperó como israelita y como madre el nacimiento del Mesías, sino que hoy también nos acompaña y, con nosotros, espera la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.

Termino con la recomendación que hace san Juan Eudes para vivir mejor esta segunda semana de Adviento: “En la segunda semana ado­remos el misterio inefable de la encarnación. El Hijo del hombre, sale del seno adorable de su Padre y, por su amor incomprensible por nosotros, viene a las entrañas benditas de María Virgen. Se hace hombre para hacernos partícipes de su divinidad, se hace Hijo del hombre para que seamos hijos de Dios”.

 

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