Las comparaciones son venenosas

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Las comparaciones son venenosas

La misericordia es superior a la justicia

Padre Miguel Marte Ramírez • mmartecjm@gmail.com

Nos encanta compararnos. A pesar de que es una de las fuentes más claras de infelicidad. Cuando nos comparamos con los demás por lo regular sacamos la conclu­sión de que lo nuestro es peor que lo suyo. Y sufrimos. O que Dios nos ha tratado injustamente. En­tonces no valoramos lo que somos y tenemos. El jardín del vecino siempre está más hermoso, pensa­mos. Uno de los sentimientos que brotan de esta manera de pensar es la envidia. Y el descontento se ins­tala en nosotros como estilo de vida.

En el Evangelio de este domingo los empleados de la primera hora sienten envidia porque han recibido el mismo pago que los de la última. Consideran que es una injusticia. Esa actitud hace que no disfruten del salario pactado y re­cibido al ser contratados. Fijémo­nos que parte del reclamo que el amo le hace a uno de ellos va en ese sentido: “¿Vas tú a tener en­vidia porque yo soy bueno?”. Me­jor hubiera sido que valorara la bondad del amo, que sobrepasa toda justicia. Con la parábola en cuestión, Jesús quiere mostrar cómo para Dios la justicia se de­rrama en misericordia.

Una lectura superficial de esa parábola nos puede hacer pensar que la postura que toma el señor de la viña frente a los jornaleros de las primeras horas es injusta. ¿Có­mo puede pagar a los que solo han trabajado una sola hora el mismo salario que a los que han estado allí desde tempranas horas de la mañana? Es una forma típica de pensar. Consideramos que si he­mos sido empleados laboriosos o cumplidores fieles de los manda­mientos de Dios nuestra recompensa debería ser mayor que la re­cibida por aquellos que se integra­ron tarde a la “jornada”. Yo me pregunto: “¿Y si los que se integraron en las últimas horas hicie­ron su trabajo con mucho mejor calidad que los primeros? ¿Y si el amo notó que el esfuerzo desplegado en una o dos horas de trabajo de parte de los últimos que se integraron fue mayor que la mostrada por los que estuvieron allí todo el día? ¿Notaría que la única motiva­ción que tenían los primeros era el cobro del salario acordado? ¿La calidad no podría sobreponerse a la cantidad? Trabajar motivados solo por el jornal acordado tiene su precio, hacerlo movidos por el bien que se hace al trabajar tiene, por encima del precio, un gran valor.

Fijémonos que el problema llega cuando los últimos reciben su pago. Allí es donde radica el descontento de los primeros. Cuando ellos reciben su denario el texto deja sentir su conformidad al respecto. Se desequilibran cuando notan que los últimos han recibido lo mismo que ellos. Si su reacción hubiera sido a causa de un pago menor al acordado al comenzar la jornada tuvieran todo el derecho de protestar y considerar injusto al amo. Pero ese no es el problema. Lo que les disgusta es que a otros se les pague lo mismo que a ellos. Es un asunto de comparación y de envidia; no de injusticia ni de trai­ción a lo acordado.

Los jornaleros que se disgustan con el amo no logran comprender que una cosa es la recompensa por el trabajo realizado y otra es el “mérito merecido” por el desempeño. La gracia siempre será superior al justo salario. A los que llegaron más temprano a su jornada se le pagó lo justo, lo ajustado; a los últimos se le pagó no de acuerdo a la cantidad de horas trabajados, sino según la voluntad misericordiosa del amo. Siempre habrá dos perspectivas desde las cuales evaluar el desempeño personal, la del amo y la del jornalero. Habría injusticia si la perspectiva del amo no respeta lo acordado con el em­pleado; de ningún modo la habrá si su comportamiento supera positivamente lo establecido cualquiera que sea el beneficiario. Lo que su­pone una inversión de los criterios con los que juzgamos justo un mo­do de proceder. La misericordia es superior a la justicia.

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