La generosidad genera vida

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Dos viudas que dan lo único que tienen para vivir. Entregan la vida. Una la ofrece en forma de pan (pri­mera lectura de este domingo); la otra, en la única moneda que tiene en el bolsillo (Evangelio). Generosidad total. Ambas encarnan tres aspectos que la vuelven sumamente vulnerables: son mujeres, son viudas y son pobres. Sin embargo, generan vida cuando se inclina sobre ellas la muer­te. La generosidad no tiene que ver con la cantidad de bienes que se tiene o que se da; se trata de darse uno a sí mismo en aquello que ofrece a otros. “Ha echado todo lo que tenía para vivir”, dice Jesús, de la viuda del Evangelio; “…no tengo ni pan… voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos”, dice a Elías, la de la primera lectura.

La generosidad consiste en dar de lo que uno tiene, sea porque lo haya recibido o sea porque lo haya generado. Toda generosidad es respuesta a otra generosidad. Quien es generoso sabe que lo que tiene lo ha recibido, sea como gracia, sea como resultado de un esfuerzo personal. En ambos casos se goza de algo que se ha recibido o generado.

La generosidad no puede ser re­ducida a “dar cosas”. También se ofrecen gestos, palabras, miradas. ¿Acaso vería Jesús una cierta satisfacción brotando del rostro de la viuda que echaba sus dos reales en la cesta del Templo, al tiempo que descubría la amargura de los ricos que, como a quien le arrancan un pedazo de sí, depositaban su ofrenda en el mismo cesto que ella? Tal vez aque­llos que con cierta amargura daban de lo que les sobraba no comprendían que es más significativo el acto de dar que el valor de lo que se da.

La fuerza de la generosidad en­carnada en las dos viudas de las lecturas de este domingo son el contrapunto de la fuerza de aquellos que pretenden acapararlo todo. La fuerza de la generosidad consiste en dar reti­rándose. Es el movimiento contrario a la fuerza de la fuerza. Quien da gene­rosamente no espera ser correspon­dido. También en la vida espiritual debemos aprender este movimiento. ¿Cuántos no hacen sus ofrendas espe­rando ser correspondidos por Dios? El soborno espiritual también existe. Tal vez más de lo que nos imaginamos.

Quien se cierra a la generosidad ahoga el caudal de energía que podría permitirle generar vida.  Energía ma­lograda es la energía que no se utiliza para el bien. No hay nada que haga sentir vivo al ser humano como el dar. Cuando damos sentimos que tenemos vida. Nadie puede dar lo que no tiene. Si damos es porque tenemos. No im­porta si es poco o es mucho; lo que importa es pasar por la vida dando vida.

Josep Maria Esquirol ha distinguido con gran acierto tres tipos de generosidad: la generosidad que da (aquella que se expresa en el acto de dar, no importa si es mucho o poco lo que se da), la generosidad que agra­dece (es la respuesta a un don reci­bido previamente) y la generosidad “inútil” (el acto de darse aun sabiendo que dicha entrega “no servirá para nada”, como la enfermera que se entrega a su servicio aun sabiendo que su acción no hará recuperar la salud al enfermo). En los tres casos la generosidad se expresa como ser capaz de vida. Solo quien es capaz de vida da vida, agradece la vida y espera en la vida aun cuando se sabe que se avecina la muerte.

La viuda de Sarepta lo aprendió de Elías. Ella esperaba morirse después de preparar el último pan para ella y su hijo con el poquito de harina que le quedaba, pero la experiencia de compartirlo con el profeta le hizo experimentar que la vida que se da no se acaba, sino que se multiplica.

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