La fuerza de la palabra

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En el texto de la segunda lectura de este domingo aparece una imagen fuertísima, utilizada por el autor de la Carta a los Hebreos para describir la palabra de Dios. Es la imagen de la espada que penetra hasta lo más profundo del orga­nismo: “La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos”. ¿Qué decir sobre este texto que resulta escalofriante? Dejé­monos ayudar por el Cardenal Carlo María Martini, quien hace muchos años se detuvo a reflexionar sobre estas palabras con ocasión de un retiro que impartió a unas hermanas carmelitas.

La imagen de la espada sugiere al entonces padre Martini la capacidad de discernimiento que despierta la Palabra a quien se acerca a ella. Así como la espada al penetrar en un cuerpo causa separación, la Palabra de Dios ayuda al orante a discernir lo que es de Dios y lo que no lo es. Cuando la Palabra entra de verdad en el corazón hace que la persona haga un juicio de sí misma y distinga lo que es bueno en él y lo que está mal. “Frente a la Palabra de Dios, nos encontramos no solo en la situación del que goza de un alimento, se serena con una luz, calma su sed con una bebida; sino también en la del que se deja juzgar, se deja examinar, se deja poner en tela de juicio, se deja dividir por dentro. La Palabra de Dios también tiene, en efecto, esta fuerza: nos dice, con respecto a nosotros mismos, algo nuevo, algo decisivo, algo que nos lleva a decidir”.

En las líneas de la Carta a los Hebreos más arriba citadas lo primero que se dice de la Palabra de Dios es que es viva y eficaz. El que sea viva nos habla de que se trata de una palabra que no pierde actualidad, que renueva su fuerza permanentemente, que deja sentir su presencia en el hoy del creyente; es una palabra que exige, que interpela, que cuestiona, que pone a pensar la vida constantemente. Además de viva, es eficaz. Esto es, sabe y hace lo que quiere. No se trata de una palabra baladí, volátil; sino de una firmeza incuestionable.

Luego viene la imagen de la espada. No se trata de cualquier espada. Esta tiene doble filo. Penetra tan profundo que llega hasta un punto que es totalmente desconocido para la ciencia: donde se divide el alma y el espíritu; penetra entre las coyunturas y el tuétano. Toca los sentimientos y pensamientos del corazón. ¿Hay algo que pueda penetrar más profundo en el ser humano? ¿Puede llegar hasta allí el bisturí del cirujano?

Refiriéndose a esta capacidad de ­ de la Palabra nos dice Carlo Maria Martini: “Aquí se entiende por ‘alma’ la psyché de los griegos, el lugar de los sentimientos y de los resentimientos. El pneuma, el espíritu, es, en cambio, el lugar de la devoción, donde tiene lugar el culto recto, la abnegación justa, la deferencia regulada y santa. Así, pues, la Palabra de Dios distingue, entre sentimientos, resentimientos, sentimentalismos, por un lado, y, por otro, devoción, abnegación, abandono, olvido de sí mismo, ocultación de uno mismo”.

Luego, cuando el texto habla de que la Palabra penetra entre coyunturas y tuétano: “nos invita a distinguir entre lo que en nosotros es sustancia, estructural y de lo que nunca se puede prescindir, y lo que, en cambio, solo sirve de relleno, nuestro gusto personal, que también puede cambiar, que puede ser purificado”. Y, a continuación, Martini nos dice por qué la Palabra de Dios actúa así: “porque nos pone frente al otro, al dife­rente de nosotros y, por consiguiente, nos sacude, y hace salir a flote en noso­tros aquellas cosas que, mientras nos mi­rábamos solo a nosotros mismos, eran confusas”. Tal es la fuerza de la Palabra.

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