Cuando era niño, con mis amigos jugábamos un juego, usualmente entrando la noche, que le llamábamos “jugar a la peste”. El juego consistía en que uno de nosotros tenía la peste y comenzaba a perseguirnos a todos o a uno para contagiarlo. Si tocaba a uno con la mano, entonces se liberaba y ese pasaba a ser el que tenía “la peste” y debía buscar contagiar a otra para quitársela. Y así, en ese correr para aca y para allá transcurría el juego. Ahora bien, tomando en cuenta la Biblia a lo que jugábamos en término de hoy sería “a la pandemia”.
Pues la Biblia (tomando como referencia la Biblia de Jerusalén), a lo que hoy denominamos pandemia o epidemia, se le llama peste. Aunque entre nosotros peste es en sí una enfermedad infecciosa que la transmite una bacteria o un virus y ha tenido y tiene a lo largo de la historia sus variantes, así es como la Biblia llama a lo que nosotros estamos viviendo hoy.
La Biblia atribuye la peste en la mayoría de los casos a una intervención divina. Se ve como un medio para Dios exterminar a un pueblo (Ex 9,15; Num 14,12) o una situación de mal en medio de su pueblo (Ex 9,3; 2Sam 24,13; Hab 3,5). Hay una trilogía de males que son la guerra, el hambre y la peste. Jeremías y el profeta Ezequiel lo ven así (Jer 14,12; Ez 5, 12), muchos le llaman el triple azote de Dios.
En el Nuevo Testamento la peste se sigue asociando a esos males anteriores, pero también a los terremotos y como parte de los precursores del final (Mt 24,7; Lc 21, 11 y Ap 6,8).
Pero también nos presenta la Biblia a Dios como protector ante la peste (Sal 91,3), liberador de ella (Os 13,14), y ese es el lado que debemos ver y explorar, pues sabemos que la Biblia es un libro situado en el tiempo y en el espacio, a nivel de su escritura, obedece a los criterios literarios y percepciones propias de la época en que fue escrita, y así veían aquellos hombres a Dios en cierto momento como el hacedor del bien y del mal, y claro, la peste, la pandemia, las enfermedades obedecían también a su poder. Más adelante esto se va clarificando, y entonces ya se ve en algunos textos por donde va en sí lo de Dios, pero es con la venida de Cristo en que se hace ver la bondad de Dios, y su no intervención en esta cosas que contradirían su ser, aunque lo permita, pero a fin de cuenta haciendo presente el bien y la misericordia en medio de la situación, como no indiferente ante lo que sucede.
En esta pandemia la Biblia se ha convertido en una gran mediación de Dios, a través de su lectura, su estudio, y sobre todo del orar con ella, ya sea en familia, en pequeños grupos comunitarios, sea de manera presencial o virtual. Ha sido cauce de fortaleza para mucha gente a quienes la pandemia ha golpeado fuertemente, ya sea en carne propia o a través de algún familiar, amigo o conocido. Ha sido la fuerza y consuelo de muchos que han perdido a seres queridos, ánimo para los que trabajan en las áreas de la salud para atender a los afectados, motor impulsor de la solidaridad para con los más vulnerables de la sociedad, que han sentido el peso de las consecuencias económicas y de vida que la pandemia nos ha acarreado.
Dios se ha hecho presente a través de su Palabra, ya sabemos que no es el Dios castigador, sino el salvador, el que nunca nos abandona y menos ahora en este tiempo en que lo necesitamos, pues como dice en el evangelio de Juan 6,63: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
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