Hace ya muchos años, estudiando en los Estados Unidos, uno de los compañeros contaba la historia que relataban sus abuelos, del extraño caso de dos caballos que había en un campo cercano a su casa.
A la distancia, cada caballo aparentaba ser igual a cualquier otro caballo. Sin embargo, si uno paraba el automóvil, o si estaba de caminata por los alrededores, podía observar algo bien sorprendente.
Al fijarse en los ojos de uno de los caballos, se sabía sin duda alguna que era ciego. Su dueño había decidido no ponerlo a dormir, sino que por lo contrario le había preparado una buena casa.
Esto de por sí ya era extraordinario. Además, estando a corta distancia de los animales, se oía claramente el sonido de una campanita, y buscando su origen, podía verse que procedía del más pequeño de los dos caballos.
En efecto, la tenía amarrada a una cuerda en su cuello, lo cual permitía al amigo ciego saber dónde estaba, y poder seguirlo.
Mientras uno admirado observaba estos dos amigos, podía verse que, con cierta frecuencia, el caballo vidente volteaba la cabeza, buscando ver en qué estaba su compañero ciego.
Y asimismo, el caballo ciego siempre estaba pendiente del tilín para dirigirse hacia donde iba el otro caballo, confiando en que no sería llevado por un camino equivocado que lo hiciera perderse.
Cada atardecer, cuando el caballo con la campanita emprendía el camino hacia el cobijo del establo, de vez en cuando interrumpía su paso y miraba hacia atrás, asegurándose que su amigo ciego no estuviera tan lejos que le fuera difícil oírla.
Al igual que el dueño de estos dos caballos, Dios no nos descarta porque no seamos perfectos o porque tengamos problemas o retos. Él nos vigila, e inclusive trae otras personas a nuestras vidas para ayudarnos cuando estamos en necesidad.
A veces somos el caballo ciego, guiados por la campanita de aquellos que Dios pone en nuestro camino.
Otras veces somos el caballo que guía, ayudando a otros a encontrar su camino.
Los buenos amigos son así. Uno puede que no siempre los vea, pero sabe que siempre están ahí.
¿Te has preguntado alguna vez cómo Dios creó el amigo? ¿No? Bueno, pues aquí va la respuesta.
Dios, en su extrema sabiduría, observando al hombre, notó que además de la esposa, de los padres y de los hijos, necesitaba a alguien para completar su felicidad, y resolvió crear ese alguien muy especial.
Decidió unir algunas buenas cualidades y formar esta persona tan importante.
Tomó la paciencia, la comprensión, el cariño y el amor, que son típicos de la madre.
Colocó un poco de determinación, de fuerza, de decisión, sacados del padre.
Viendo que todavía faltaba algo, mezcló con todo eso la pureza, la espontaneidad, la alegría, la irreverencia y la sinceridad de los niños.
Para dar el toque final añadió la paciencia y la moderación de los abuelos.
Surgió entonces un alguien único, importante y fundamental en la vida de todos nosotros, porque de toda esa mezcla de buenas cualidades y de todo lo que es bueno, ¡creó Dios el amigo!
¡Gracias por ser mi amigo!
¡Ah! ¡Una última cosa! Pon atención y escucha cuidadosamente el tintineo de mi campanita, que yo siempre estaré pendiente de escuchar la tuya.
Bendiciones y paz.
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