Como fue terrible el siglo XX, podemos leer en muchas obras conocidas mundialmente. Es necesario conocerlas para conocer la verdad sobre el hombre desprovisto de la fe y humanidad, lo que es capaz. También vale la pena recordar que en el antiguo Israel el término ¨asesinato¨ era muy amplia. Se refería a cada daño hecho a un prójimo, cada acto que limitaba la plenitud de su vida. Matar no solo significaba destruir toda la vida. Pero también puede significar un deterioro de la calidad de vida: haciéndola miserable, dura, difícil, inhumana. De eso es de lo que está hecha la vida de la gente en la tierra inhumana del siglo XX, en los campos de trabajo soviéticos, y así continúa hasta el día de hoy.

Basta escuchar las noticias sobre la incomprensible guerra con Ucrania y entenderás que hay gente inhumana. Hay personas que fueron despojadas de su dignidad, que fueron tratadas como una herramienta para ser desechada después de su uso, que fueron deliberadamente destruidas por el frío, el trabajo y el hambre. Jesús mismo los defiende y dice: Tú me lo hiciste (Mt 25, 40-45), los mismos ángeles les sirven, superándose unos a otros en cortesía y gestos dignos.

El rabino Josué ben Lewi, queriendo subrayar la gran dignidad de todo ser humano, solía decir: ¨Una procesión de ángeles precede al ser humano dondequiera que va, gritando: Abran paso a la imagen de Dios. Y añadió: Aunque los diez mandamientos prohíben hacer la imagen de Dios, pero Dios, contrariamente a su mandamiento, hizo la imagen de Dios, el hombre¨. El hombre merece un profundo respeto. Según san Benito, un profundo respeto por el hombre significa, en última instancia, creer que el hombre es esencialmente bueno. Te permite ver la chispa Divina en otra persona, ver a Cristo mismo.

El respeto profundo viene con la respetabilidad. Respeto a un hombre no por sus logros, sino porque es un hombre. Cuando las personas se sienten respetadas, se sienten animadas. Ellos redescubren su dignidad divina. Profundo respeto implica que se reconozca su dignidad divina que resplandece, incluso, en el rostro desfigurado de los enfermos, los torturados, los condenados y los prisioneros.

¡Oh, si pudiéramos ver con qué cuidado los santos ángeles suben y bajan sobre nosotros, enseña San Luis Gonzaga, como una vez sobre la escalera de Jacob (cf. Génesis 28, 10-22)! Ellos se elevan, someten nuestras necesidades y piden misericordia para nosotros al Padre Celestial, y luego, vuelven a nosotros en la tierra, trayendo de este Padre santas inspiraciones, buenos pensamientos y otros consuelos de Dios, a veces también un regaño paternal, para que estemos vigilantes y no perdamos nuestra salvación eterna.

Santos ángeles de Dios, protéjannos de los enemigos de nuestra alma, que constantemente buscan nuestra destrucción. Ayúdennos a conservar la belleza de ser imagen y semejanza de Dios, que es signo de nuestra especial dignidad y riqueza espiritual. Amén