Drama de una llamada

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En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: “Aquí estoy.” Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado.” Respondió Elí: “No te he llamado; vuelve a acostarte.” Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado.” Respondió Elí: “No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.” Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado.” Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: “Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha.”” Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: “¡Samuel, Samuel!” Él respondió: “Habla que tu siervo te escucha.” Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse. (1 Samuel 3, 3-10.19)

Un relato fresco, candoroso, idílico. Un jovencito, inexperto, pero íntegro, nacido de una mujer estéril que lo ofreció a Dios desde antes de nacer (Samuel); un Dios que parece lejano, puesto que hace tiempo no se comunica (el Señor) y un anciano casi ciego, tirado en una cama (Elí) son los protagonistas de esta fascinante historia vocacional. Todo sucede de noche, la oscuridad se cierne sobre el ambiente. Esta es rasgada por la tenue luz de la lámpara del santuario, signo de la presencia de Dios en las incertidumbres de la vida. Aquí no tiene importancia el ver, sino escuchar. Se trata de una llamada. 

En esa oscuridad atenuada por la lámpara, que tal vez languidece, se deja escuchar la inesperada voz de Dios, desconocida para el pequeño Samuel, pues “aún no conocía al Señor”. Allí parece reinar la confusión. Tres veces tiene Dios que llamarlo para que el muchacho caiga en la cuenta de qué va el asunto. Elí es su mediador en el proceso de discernimiento. Sorprende, sin embargo, que pasando tanto tiempo en el templo y cerca del anciano sacerdote se diga que Samuel no conocía al Señor. ¿De qué conocimiento se trata? Definitivamente no de un saber teórico, producto de las reflexiones teológicas que tal vez había escuchado una y otra vez a Elí, o de las tradiciones que le habían trasmitido y de las que había sido testigo en las celebraciones del templo. Lo que faltaba a Samuel era una experiencia personal de Dios. Lo mismo dirá en su momento Job después de escuchar todos los argumentos teológicos de aquellos cuatro que intervienen en el relato que lleva su nombre. Porque una cosa es oír hablar de Dios y sus atributos, otra muy distinta es conocer de verdad al Señor. Samuel tiene una experiencia auditiva: “habla, Señor, que tu siervo escucha”; Job la tendrá visual: “Te conocía de oídas, ahora te ha visto mis ojos”.

Escuchar aquí sobrepasa el sentido superficial de oír una voz. Muchas voces no son más que ruidos que solapan la voz de Dios impidiendo que lo escuchemos con claridad. Voces que se entremezclan y nos confunden. Sonidos superficiales que nos dejan la vida a ras de piel, sin profundidad y sin latido. Dios habla en lo profundo porque espera una respuesta surgida de las profundidades del alma. A ese conocimiento interior tal vez sea al que se refiere el texto cuando dice que Samuel aun no conocía al Señor.

Sorprende también que siendo el sacerdote Elí el mediador entre el Señor y Samuel, Dios no se dirija directamente a él que se supone estaría en condición de tener claridad sobre el llamado que hace al pequeño. ¿Quiere el texto poner en evidencia el carácter personal de dicha llamada? ¿Es la vocación un asunto tan personal que la llamada debe ser directa? ¿La mediación es importante solo en la medida en que ayuda al discernimiento personal de la llamada? ¿Hay aquí también una alusión a esa idea tan bíblica de que Dios se revela preferentemente a los pequeños? Inquietudes que me arroja el texto a la par de las del propio Samuel.

Tal vez alguna vez en nuestra vida alguno de nosotros ha soñado con ser aquel pequeño muchacho. Y tal vez alguna vez Dios ha soñado con nosotros y nuestra respuesta.