Pbro. Isaac García de la Cruz

Todas las civilizaciones, culturas, filosofías y religiones han buscado algún punto de apoyo para lograr explicar el mayor misterio al que solo Jesucristo ha podido dar una respuesta coherente y ofrecerle solución; estamos hablando sobre el paso de toda criatura, por este mundo, a raíz de que “toda la creación gime dolores de parto” (Rom 8, 22).

Y es exactamente en esta imagen que utiliza San Pablo, donde podría estar la clave para interpretar qué sucede en todo ser vivo, sobre todo, en el ser humano, respecto a su muerte o, mejor dicho, a su próxima vida.

Todavía los más refinados científicos continúan buscando explicación a la maravillosa explosión de vida que se genera en el vientre de una mujer y cómo aquel instante concibe un maravilloso ser humano, único, con un ADN irrepetible y características que permanecen eternamente siendo el más hermoso misterio de la vida.

Durante 9 meses, mientras alcanza su madurez, ese diminuto zigoto se bailotea y navega en el ácido amniótico del vientre materno con una temperatura adecuada, con un maravilloso sistema de alimentación, un reducido, pero suficiente espacio para sus movimientos y del que, si pudiéramos preguntarle, seguramente se resistiría abandonar, sin embargo, el momento debe llegar; no observar el orden divino y permanecer allí, sería catastrófico, es señal irremediable de muerte o de daños irreversibles; salir del vientre materno, significa la vida; personas y un mundo desconocido y extraordinario le reciben y, sin embargo, aquellos desesperantes primeros gritos, podrían significar, entre otras cosas, una reacción adversa a la salida impetuosa del vientre de su madre: el único mundo que conoce.

Llega al siguiente vientre: la tierra. Lo sostendrá ahora el universo, en un lugar de la tierra, con una familia, con unos padres que tendrán que guiarlo y enseñarlo a vivir; será el más encumbrado o el más humilde entre los seres humanos; pensará que llegó a su lugar definitivo, se instala y, sin embargo, se encuentra con el límite del tiempo y el espacio, no solo en sus movimientos, sino en su propia vida y, aunque no “conoce el día ni la hora” (Mt 24,36) de salir de él, llegará y se resistirá, pero todo esfuerzo es en vano. La suerte está echada. No tiene otra opción que reconciliarse con aquel momento futuro, porque llegará la salida de esta segunda estación, de este mundo estupendo. La resistencia es similar a la anterior, pero esta vez es consciente. Se detiene el reloj del dios cronos en el segundo vientre y nos preguntamos: ¿Y ahora?

El tercer vientre le espera: vientre divino; se encuentra en algún lugar desconocido, donde ya la física no tiene incidencia, porque allí “no hay polilla ni la herrumbre corroe” (Mt 6,19), pero sí hay algo cierto: Jesús preparó ese “lugar” (Jn 14,3), junto a Dios, el todopoderoso, el omnipotente, el omnipresente, el que está en todas partes. Aquel ser maravilloso ha llegado a su destino, pasando de un vientre a otro, resistiéndose en uno y en el otro y, sin embargo, cumpliendo la voluntad del que lo creó y, por no conocer la siguiente vida, queriendo permanecer en la anterior.

Tres vientres y un mismo ser: Misterio maravilloso: del vientre materno, al vientre terreno, al vientre divino. Vida materna, terrena y gloria eterna; resistencia, transfiguración y resurrección.