Moisés habló al pueblo, diciendo: “Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”; ni está más allá del mar, no vale decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?” El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.” (Deuteronomio 30, 10-14)

La teología que contiene el libro del Deuteronomio es posiblemente la que orientó la llamada reforma de Josías que aparece en el Segundo Libro los Reyes capítulos 22 y 23. Allí se nos dice que con ocasión de unas reparaciones que se estaban haciendo en el templo de Jerusalén los obreros encontraron el “libro de la Ley”, que luego llevaron al rey, y éste, maravillado por su contenido, emprende una reforma para ajustar las prácticas religiosas al contenido de aquel libro. El documento hallado posiblemente exprese la teología que hoy tenemos en el libro del Deuteronomio, del cual se toma la primera lectura de este domingo.

Es importante destacar que la reforma promovida por Josías fue clave para afianza el camino hacia el monoteísmo. Algo de esto contiene el texto que encabeza esta página. Allí aparece Moisés diciendo al pueblo: “conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma”. En este mismo libro Yahvé se va a presentar “como un Dios amante y celoso”. Incluso el autor llega a poner en sus labios una expresión tan contundente como esta: “solo Yo soy tu Dios”. Con estas palabras Dios está pidiendo al pueblo que lo ame “en todas las cosas” y “sobre todas las cosas”. En otras palabras, quiere ser el fundamento de la vida de cada israelita.

Otro aspecto importante de esta reforma fue la centralización del culto en el templo de Jerusalén, quedando éste consagrado como único lugar de sacrificio. Esto tuvo una implicación particular: la fiesta de Pascua, la principal de todas las fiestas judías, pasó de ser una celebración familiar a convertirse en una conmemoración que exigía peregrinar a Jerusalén. Así consta en Dt 16,2. Además, el libro es consistente en evocar la autoridad de Moisés con el fin de que todos los preceptos que en él aparecen sean aceptados por el pueblo. Nuestro texto de hoy lo pone en evidencia al comenzar diciendo: “Moisés habló al pueblo diciendo”.

Las leyes que aparecen en el libro del Deuteronomio, lo mismo que el resto de la legislación contenida en la Biblia, no tienen como objetivo primario agradar a Dios, como a veces se piensa. Tampoco son una forma de “cumplir” con él. Su principal objetivo, como prácticamente el de todas las leyes que existen, es poner límites a la conducta humana para evitar que este se desboque y abuse del más débil. Toda ley debe ser (todas las leyes bíblicas lo son) un elemento orientador para que la conducta del hombre favorezca la vida en comunidad. 

En el texto que se nos presenta hoy, además, deja claro que la legislación aquí puesta por escrito no es una cosa del otro mundo: “El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”. Son mandamientos accesibles que facilitarán la convivencia humana y la relación con Dios. Al final el texto nos trae una afirmación lapidaria: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca”. Ya antes, en el mismo libro del Deuteronomio 6,6-9, se había dicho: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón, y las repetirás a tus hijos…”. No olvidemos que el corazón, en el lenguaje bíblico, es el lugar de la voluntad. De modo que estos textos están “mandando” al creyente de ayer, como al de hoy, a poner toda su voluntad en el cumplimiento de lo mandado por Dios, como condición imprescindible para que la vida tenga éxito.

Boca y corazón, exterior e interior, toda la persona ha de estar permeada en una auténtica experiencia de Dios. El rey Josías pretendió una reforma cultural donde el Yahvismo se convirtiera en “religión de Estado”, pero eso no fue suficiente. Una auténtica transformación religiosa sólo es posible desde dentro del corazón. Toda “religión de Estado” suele ser una religión violenta y cómplice, por eso siempre habrá que abogar por una “religión del corazón”, que no del sentimiento; que procura la transformación del ser humano, la cual se verificará en responsabilidad personal y comunitaria. 

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