Monseñor Rafael Castellanos Martínez: Un pastor contra la primera intervención norteamericana

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SEGUNDA PARTE

 

Las tropas norteamericanas sitiaron la capital y cundía el pavor y el desconcierto entre todos los habitantes de la capital ante el estruendo de sus cañones. En la ocasión el Arzobispo Meriño, a quien dedicaremos algunos escritos en posteriores entregas, se levantó gallardo desde el balcón del vetusto Palacio Arzobispal para hacer oír el estruendo de su viril y gallarda protesta a pesar de sus años y sus achaques. Moriría al año siguiente.

El Padre Rafael Conrado Caste­llanos, en un gesto de entereza pa­triótica, se dispuso personalmente a recabar las firmas de distinguidos ciudadanos dispuestos a unir su voz en un manifiesto de protesta ante la terrible afrenta, el cual fue publicado, en hoja suelta, en la Tipografía Eclesiástica, donde se editaba el periódico “El criterio Católico”, el 12 de febrero de 1904.

Como represalia por la protesta verbal de Monseñor Meriño y el documento de protesta prohijado y difundido por el Padre Castellanos, se desató contra ellos una terrible persecución por parte de las autoridades de turno.

Al respecto afirma el destacado historiador Don Vetilio Alfau Du­rán: “…fue más que allanado, casi saqueado el Palacio Arzobispal, puesto que hubo hasta fractura de una ventana o puerta, y quien, entre los llamados representantes de la justicia, clavara bien las uñas, sa­cando en ellas unas prendas de oro del Secretario del Arzobis­pado”. (Padre Rafael C. Castellanos. Obras I. Santo Domingo, 1975. Pág. 17).

Gracias a una habilidosa estrategia de Monseñor Meriño, mientras este conducía a los responsables de la requisa por las habitaciones arzobispales, tuvo tiempo el Padre Cas­tellanos de evadir a sus persecuto­res y solicitar refugio en la sede de la legación diplomática de Haití en Santo Domingo, teniendo que verse precisado, bajo amparo diplomático, a marchar a Cuba como exilado político deportado por las autorida­des dominicanas.

Marchó al exilio desde el 27 de febrero de 1904 y no retornaría al país hasta junio de 1907, ocasión en la que, habiendo fallecido ya Monseñor Meriño, fue designado por Monseñor Nouel como Cura y Vicario Foráneo de la Parroquia San Felipe, de Puerto Plata, su ciudad natal.

Aunque desde su retorno al país procuró mantenerse distante de los avatares políticos, dedicado en cuerpo y alma a su labor pastoral, las fibras de su dignidad patriótica le impidieron permanecer en silencio ante la muerte a mansalva en la ciudad de Santiago, en julio de 1912, de uno de los más renombrados próceres civilistas que ha dado la República, Don Santiago Guz­mán Espaillat, durante el gobierno de los Victoria, momentos en que el país era nueva vez acosado por la violencia y el desconcierto después del asesinato del presidente Cáce­res en noviembre de 1911.

Esta nueva y valiente actitud de responsabilidad cívica le valió nuevamente el destierro a Cuba hasta el año 1913.

Correspondió al Padre Caste­llanos la dignísima honra de presi­dir la Asamblea Nacional Consti­tuyente de 1916, una de las más avanzadas de nuestra historia, conjuntamente con la de Moca, de diciembre de 1857. Penosamente, tan arduos y patrióticos esfuerzos, destinados, en gran medida, a co­rregir los retrocesos implantados por la Constitución de 1908, fueron sepultados por la afrenta de la intervención militar norteamericana, pues el mismo día de su promulgación, es decir, el 29 de noviembre de 1916, lanzaba su ominosa pro­clama el Contraalmirante H. S. Knapp, declarando ocupado nues­tro territorio, ocasión en la que como veremos en la próxima entrega del presente trabajo, se hizo manifiesta una vez más la encendida protesta de aquel egregio sacerdote que tanto dignifica con su estela luminosa al clero dominicano.

 

 

 

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