Pbro. Isaac García de la Cruz

He leído con gran beneplácito la publicación del “Estudio sobre la situación de las personas con discapacidad en la base de datos del Sistema Único de Beneficiaros (SIUBEN) 2018”, el cual arroja las estadísticas de que en RD hay algo menos de 33 mil personas que sufren discapacidad severa y los problemas a los cuales se enfrentan.

Celebro la noticia porque estamos empezando a quitarnos el mote de que somos “un país sin cifras”, pero, sobre todo, porque empezamos a mirar hacia un sector tan vulnerable de nuestra población al cual apenas pocos arquitectos, ingenieros, ricos, pobres, ONG’s, empresarios, políticos, funcionarios, a la hora de ejecutar cualquier acción miran hacia ese segmento de la población; a lo máximo, se emite una exclamación de pena. Aplaudo el estudio y ojalá motive la aplicación de las políticas y de las leyes que ya tenemos aprobadas, para que derrumbemos las barreras arquitectónicas, sociales, económicas, culturales, las pocas oportunidades, la falta de acceso al trabajo, a la salud, a salarios dignos en igualdad de condiciones y a eliminar el menosprecio que les transmitimos como si estuviéramos ante seres inferiores.

Me anima aún más el hecho de que, recientemente hemos visto al Papa Francisco, en silla de ruedas, pidiendo perdón en Canadá y así lo estamos viendo en cada presentación pública. El Papa, un adulto mayor de 85 años, no se avergüenza de necesitar asistencia para moverse. Su misma forma de llevar adelante su ministerio papal es un grito a la equidad, a la oportunidad, a quienes viven sin prestar atención a las personas con discapacidad que están a su alrededor, que se convierten en una barrera más que les impide mostrar sus capacidades, que se sientan útiles y que sepan que una condición, no les hace menos, sino diferentes.

Pero pienso también en la Iglesia del mundo entero y todas las personas que quieren verla también a ella en silla de ruedas; pienso en aquellos que, al igual que a las personas con discapacidad, fijan su atención, sin ningún disimulo, en su condición, más que en su valor como seres humanos; pienso en quienes, como a Herodía le molesta el discurso de Juan Bautista y prefiere primero su cabeza en una bandeja que escuchar su voz (Mt 14,1-12); pienso en quienes se fijan más en la dimensión de una Iglesia “necesitada de perdón”, que en su santidad, que proviene de su Fundador, nuestro Señor Jesucristo. Esas personas estarían dispuestas incluso a empujar a la Iglesia en silla de ruedas, pero jamás ayudarla a levantar.

Sin pretensión de alardes de gloria ni triunfalismos, el mismo Jesús, sabiendo todo lo que le venía a su Iglesia, animó a Pedro con las siguientes palabras: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Infierno no podrán contra ella” (Mt 16,18).

La persona con discapacidad, el Papa enfermo y la “Iglesia accidentada” son víctimas de una sociedad que mira la silla de ruedas y no a la persona que va en ella, que valida la apariencia y no la dignidad del ser humano. ¡Algún día cerraremos este ciclo triste de nuestra historia!

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