Al llegar al nuevo mundo
los primeros sacerdotes
no vinieron tras de dotes
(cual corsario vagabundo);
un compromiso profundo
los trajo para estos lares
a tan diversos lugares
con la bíblica enseñanza
para sembrar la esperanza
surcando vientos y mares.
Defendieron al nativo
exigiendo trato humano
en este suelo antillano
que vio sufrir al cautivo,
y al mirar que era excesivo
el maltrato a los tainos
explotados como equinos
levantó recia su voz
aquel apóstol de Dios:
Fray Antón de Montesinos.
Bartolomé de las Casas
asumió la misma obra
de acabar con la zozobra
y la extinción de estas razas
sin importar amenazas
que bordeaban la muerte
del estamento más fuerte
que empleaba la crueldad,
siguió con fe en su verdad:
¡cambiar al indio su suerte!
La Iglesia tiene en su haber
un importante legado:
¡Defender al relegado!
como supremo deber,
porque es muy justo saber
de los tantos beneficios
que en su siglos de servicios
ha dado a la humanidad
con entrega y humildad …
son sus votos pontificios.-