El profesor Ricardo Miniño

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Era por los años de seminario, cuando algunas tardes de cuando en vez, compraba el ya desaparecido periódico vespertino “Última hora”, el cuál a su vez traía, me parece que semanalmente, un escrito de la autoría del Profesor  Ricardo Miniño. Era una prosa rica, que daba gusto de leer, en la cual muchas veces uno no se detenía en el tema sino en el léxico y las construcciones semánticas que en él se daban; así fue como tuve mis primeros contactos con este hombre de la docencia, las letras y la investigación lingüística.

Años después ya sacerdote, recibí una invitación suya a participar en un seminario sobre los valores en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), donde nos conocimos y confiadamente comenzamos a charlar sobres temas diversos, sobre todo de filosofía, algo que se daría tiempo después cada vez que nos encontrábamos, ya sea en la universidad cuando comencé mis labores como profesor ahí y en otros lugares, principalmente los supermercados cuando le encontraba haciendo compras con su esposa y ella seguía comprando y nos deteníamos a dialogar.

Pues la vida del Prof. Miniño se desenvolvió entre su labor educativa y la familia, como él en muchas ocasiones expresó.

Era de un talante intelectual admirable, como una vez me dijo Mons. Vinicio Disla y Mons. Antonio Camilo, había sido seminarista con notas más que sobresalientes, de ahí que se le envió a prepararse fuera del país, pero el Señor tenía para él otros senderos, pero todo aquel caudal de conocimiento lo supo emplear en bien del país y en una de las instituciones educativas de la Iglesia, la PUCMM, a la cual prácticamente dio toda su vida de labor educativa, donde dejó su huella en las diversas áreas en las cuales se le requirió y en los alumnos que pasaron por sus manos y en los que fuimos compañeros de trabajo.

Pero el Prof. Miniño a pesar de sus grandes dotes intelectuales reconocidas por todos, siempre fue un hombre humilde, sencillo y cuidadoso a la hora de expresar sus juicios bien ponderados sobre cualquier aspecto o sobre los demás, creo que en eso ayudó la hondura religiosa que tenía, era un ferviente creyente en Dios, no de una fe tapa agujero o emocional, sin fundamentos racionales, como la que se pretende hoy día, conocedor finísimo de la filosofía la cual supo dispensar y a la vez daba gusto de hablar con él de estos temas tanto de la filosofía como de la relación entre esta y la fe.

Tuve la oportunidad de acompañarle en los días previos a su partida a la Casa del Padre, le reiteré las gracias por su amistad y colaboración en la corrección de mis libros sobre temas bíblicos, que son una recopilación de los artículos publicados durante años a través de este medio, él gustoso lo hizo, lo cual fue un honor que una persona como él con tanto conocimiento sobre nuestro idioma y como miembro de la Academia Dominicana de la Lengua lo hiciera. En esa ocasión me habló sobre su vida de fe y relación con Dios, pero sobre todo expresó el convencimiento de una persona que había hecho lo que tenía hacer, y que estaba complacido y se sentía realizado, y agradecido a ese Dios por todo lo que en su vida civil, profesional y familiar había hecho. Con vidas dedicadas a la educación es que se desarrolla y forma un pueblo, y ese ha sido uno de los legados del Prof. Miniño, además de su ejemplo y testimonio de hombre de bien, de humildad y de preocupación en la búsqueda de la verdad. El Dios de Jesús en quien siempre creyó le dé el premio de los justos.