Diácono Hipólito Espino Coronado regresa a la Casa del Padre

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El pasado 13 octubre la Diócesis de La Vega sintió la partida de su querido diácono Hipólito Espino Coronado, de la parroquia Santísima Trinidad.

El “Tío Hipo”, como era conocido por los grupos juveniles, nació el 13 de agosto de 1972 en la comunidad de El Tanque, La Vega. Vivió parte de su niñez con sus abuelos maternos y a sus ocho años regresó con sus padres, Erasmo Espino y Carmen Coronado. Fue el número cuatro en una familia de siete hijos.

Mientras estudiaba mercadeo en la Univer­si­dad Pedro Henríquez Ureña conoció a Blanca Yris Rosario, con la que contrajo matrimonio el 28 de enero del 2001, en la Catedral de La Vega. Con ella procreó a Emily Espino Rosario, su única hija, que nació en 2006.

Siendo joven descubrió el valor del trabajo honrado, llegando a laborar quemando carbón, como ven­dedor en heladerías Bon y en la Zona Franca, al tiempo que costeaba sus estudios universitarios.

Ejerció su carrera trabajando en la tienda La Cura­cao, en la Clínica Báez Soto y finalmente en la Distribuidora 2,000, en La Vega, donde destacó como vendedor, gerente de alma­cén y supervisor de ventas.

Desde niño gozó del aprecio de sus familiares y amigos por su gran alegría y su servicio sin límites. Fue un hombre de una fe firme, que transmitía grandes deseos de santidad. Eso le llevó a entregarse en distintos movi­mientos en su diócesis y parroquia. Colaboraba y pertenecía a la Hermandad de Emaús, al Movimiento de Cursillos de Cristian­dad, a Pandilla de la Amis­tad, a Matrimonio Feliz, a En­cuentro de Novios, a Onda Juvenil Católica y a la Pastoral Social. Con su alegre deseo de servir más, sintió el llamado a ingresar a la Escuela para Diáco­nos Permanentes, consagrándose el 4 de marzo del año 2017.

 

Como ministro ordenado se caracterizó por su disponibilidad para los trabajos de la Iglesia, haciéndolos con entrega y siempre una sonrisa.

Será recordado porque no sabía decir que no y nunca se quejaba.

Fue un hijo, esposo, padre y amigo ejemplar, signo de Cristo donde quiera que estaba. A todos con quienes interactuaba les repetía su característica frase: “Que Dios te haga un santo”.

Con su servicio se convirtió en un referente para jóvenes y adultos, mos­trando la fortaleza inquebrantable que da el Espí­ritu Santo.

Oramos por su eterno descanso, y confiamos que su legado quedará impregnado en los corazones de quienes le conocimos.

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