Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. (Daniel 7, 9-10; 13-14)

Leo este texto y mi mirada se queda clavada en esa figura enigmática que llama “hijo de hombre”. Investigo sobre ella y descubro que esa expresión aparece 115 veces en el Antiguo Testamento. No pocos han dedicado tiempo y esfuerzo en clarificar a quién se refiere, sobre todo por esta cita de Daniel y por su frecuente aparición en los evangelios, incluso en labios de Jesús. Recuerdo que algún profesor decía que si hubo un título que Jesús se diera a sí mismo sería precisamente este.

Por lo regular en el Antiguo Testamento la expresión “hijo de hombre” hace referencia a la “humanidad”, y sólo aquí, en Daniel, parece referirse a una persona en particular. Es interesante notar que en el libro del profeta Ezequiel “hijo de hombre” aparece 99 veces y en todas ellas se refiere a la persona misma del profeta, nunca a un personaje extraño ni al colectivo humano, todo lo contrario al pasaje que nos ocupa, donde ese “hijo de hombre” es alguien que baja del cielo en el contexto de una visión. No obstante, para muchos especialistas sigue teniendo la misma connotación de “ser humano” o “persona”. Pero las características con que aparece aquí le da una connotación especial: esa persona viene en las nubes, se acerca a Dios y se le ha dado gloria, dominio y reinado. Con esta descripción se nos quiere decir que participa del poder de Dios y han de servirlo las naciones. Nada extraño que la liturgia de la Palabra proponga este texto para hoy, día de la Transfiguración del Señor.

La “enigmaticidad” de esa figura se vislumbra en el hecho de que no se asimile a la divinidad ya que es “como un…”, lo que lo separa de la realidad divina, al mismo tiempo que lo vincula a ella. Algo así como: es, pero no es Dios; es, pero no es ser humano. ¿Qué teorías se han esgrimido para dar solución a este dilema? Algunos se conforman con decir que estamos ante un ser humano de características excepcionales y lo han identificado con el mismo Daniel o Judas Macabeo, quienes fueron tenidos como el mesías esperado, que lucharía por la liberación de Israel. Otros lo consideran como una figura colectiva, parecido al siervo sufriente que aparece en Isaías. Representaría, en este caso, al conjunto de los justos del pueblo judío que se mantuvieron fieles hasta el final de su vida. Hay quienes piensan que ese “hijo de hombre” sería un ser celestial, como el ángel Miguel o el ángel Gabriel, ambos mencionados en el mismo libro de Daniel. Esta postura se basa, sobre todo, en que en el contexto en que se escribe este texto apareció mucha literatura donde predominan las figuras angélicas.

No faltan quienes rechazan identificar a ese “como hijo de hombre” con la exaltación de una persona en particular ni con un ángel que baja del cielo. Una pista para la interpretación nos la da el hecho de que ese personaje aparezca en oposición a quienes rechazan y blasfeman contra Dios. Esto ha llevado a que consideren que se trata de un símbolo del pueblo fiel de Israel, que ha soportado las persecuciones y no se ha dejado vencer por las adversidades, con esta figura se le estaría anunciado su victoria al final de los tiempos. Puede que tengan razón ya que nos movemos en un contexto de literatura apocalíptica cuyo objetivo es alentar a los perseguidos para que se mantengan fieles hasta el final de sus días.

“Debe tenerse en cuenta que aquello que el texto [de género apocalíptico] busca explicar no es un sueño fantástico sino los mismos eventos de la historia representados por imágenes sorprendentes e incluso oníricas. De manera que la realización de lo anunciado ha de concretarse en un espacio que permanece ambiguo entre la realidad fáctica y la trascendente.  En acuerdo con otros textos apocalípticos, el mensaje del libro es que ante un poder humano que se percibe como avasallante e invencible, la realidad oculta tras las revelaciones es que Dios no ha abandonado a su pueblo y que su justicia prevalecerá por sobre cualquier voluntad humana”. (Pablo R. Andiñach).