por Eduardo M. Barrios, S.J.
Para desmentir al filósofo francés Sartre, obsérvense las siguientes normas:
I. NUNCA CREER NADA MALO DE NADIE. Si alguien viene con maledicencias contra otras personas, no le prestes oídos. Existe la tendencia a hablar mal del prójimo; pertenece a la debilidad de la naturaleza humana caída. Las murmuraciones y hasta calumnias provienen de antipatías, celos, envidias, desencuentros pasados, falta de química, y sobre todo falta de amor.
Para creer algo malo de alguien sin faltar a la justicia, se debe hacer una investigación minuciosa, si el caso lo amerita.
En cambio, si alguien te habla bien de otras personas, puedes darle el beneficio de la duda, porque la gente es menos propensa a hablar bien de los demás. Hay poco peligro en creer lo bueno de los otros.
II. NUNCA HABLAR O ESCRIBIR EN ESTADO DE INDIGNACIÓN. Cuando alguien se siente lleno de ira por comportamientos de otro, seguramente que se le irá la mano en la reacción. Hay que esperar a apaciguarse. Eso puede tomar horas y hasta días. Esto lo recomendaba mucho el filósofo cristiano chino, Lin Yutang, autor de libros tan exitosos como “La Importancia de vivir”.
Cuando uno ya se sienta en paz y en pleno dominio de sí mismo, entonces podrá responder a quien lo ofendió, si conviene hacerlo.
III. DISTINGUIR OFENSA SUBJETIVA DE OFENSA OBJETIVA. Cuando uno se siente ofendido, suele pensar que el agresor quiso herirnos a propósito. Pero no siempre sucede así. Con frecuencia las ofensas proceden de descuidos, falta de urbanidad e ignorancias.
IV. TACTO CON LA CORRECCIÓN FRATERNA. Nada tan difícil como corregir a un adulto. Suele faltar humildad para reconocer errores.
Decidido a corregir, nunca llamarle la atención a alguien en público. Debe hacerse “a solas” (Mt 18,15). Si no tienes éxito, busca “a uno o dos testigos” (Mt 18,16). Si eso no basta, “díselo a la comunidad”(Mt 18,17a). “Y si no hace caso a la comunidad, considéralo como a un pagano o publicano” (Mt 18,17b). Esto último debe entenderse como dejarle el caso a Dios.
Quien se atreva a corregir a otro debe hacerlo con mucha delicadeza, y dejando claro que lo mueve el bien de esa persona, y no el deseo de humillarlo. También debemos cuidarnos de andar viendo mota en el ojo del hermano cuando tenemos una viga en el nuestro (cfr Mt 7,1-6).
V. ACEPTAR LA DIVERSIDAD DE OPINIONES. Abundan los que se disgustan si alguien discrepa de sus opiniones. Toman cualquier refutación como un ataque personal. Confunden sus convicciones con su dignidad personal. Dado que nos movemos en un mundo cada vez más pluralista, se necesita relativizar aquellas opiniones nuestras que caen dentro de lo opinable. Pero sin llegar a sacrificar verdades incontrovertibles; caeríamos en el relativismo.
VI. CARIDAD FRATERNA Y CULTO DIVINO. Dios no acepta culto de quien no se reconcilia con sus hermanos. “Si cuando vas a presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). Esa expresión antigua se traduciría ahora diciendo que quien vive peleado con algunos de sus hermanos no debe participar en la Eucaristía hasta haberse reconciliado.
VII. DISPUESTOS A PERDONAR SIEMPRE. Cada vez que acudimos al sacramento de la Reconciliación, Dios nos perdona mediante la absolución del confesor. No hay límite de veces para acudir al confesonario.
De manera análoga, el Señor quiere que perdonemos siempre a los hermanos. Ese es el sentido de perdonar “hasta setenta veces siete” (Mt 18,22).
No basta la fuerza de voluntad, ni acudir a técnicas psicológicas. Se necesita mucha ayuda de Dios para alcanzar las virtudes necesarias para perdonar.
Oigamos a San Pablo: “Revístanse de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellévense mutuamente y perdónense cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan Ustedes lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta” (Col. 3, 12-14).
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