En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.” (Éxodo 20, 1-17)
“Diez palabras”. Es lo que significa el término griego Decálogo, y que conocemos comúnmente como diez mandamientos. Para el pueblo judío es el fundamento de toda la Ley. Se han conservado dos versiones del mismo, una en Deuteronomio 5, 6-21 y otra en Éxodo 20, 1-17, nuestro texto. También con relación al Catecismo de la Iglesia Católica, el Decálogo guarda ciertas diferencias con nuestros “Diez mandamientos”. A pesar de las mismas, los tres coinciden en lo esencial: marcar la ruta de una sana relación con Dios y con los hermanos.
El autor del libro del Éxodo se ha asegurado de colocar el decálogo en el contexto de la teofanía (revelación de Dios) en el Sinaí para dejar claro que son mandatos divinos que todo israelita debe cumplir como parte de la alianza. Son palabras de Dios a su pueblo. Se trata de una serie de conductas ético-religiosas con respecto a Dios y al prójimo. Pretenden ser la voluntad de Dios puesta por escrito, a la vez que expresan una clara exigencia ante las necesidades familiares y tribales.
Los mandamientos pretenden recoger la respuesta comportamental que el pueblo debe dar a la iniciativa amorosa de Dios de haberlos elegido como su pueblo. Es una respuesta que debe darse en una doble vertiente: hacia Dios, expresada en una relación de fe, amor y culto exclusivo hacia él, renunciando a toda tentación de hacerse ídolos; y hacia los seres humanos, a través de relaciones justas y de caridad sincera. Al dejarse orientar por ellos el pueblo se aleja del sistema esclavista egipcio del cual han sido liberados por el mismo Dios. En ese sentido, los mandamientos son cause de vida y de libertad. Los más fuertes son frenados en su posible intento de sobreponerse a los más desfavorecidos.
Es interesante notar cómo estos mandamientos están precedidos por el “derecho de Yahvé”: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto…” Esa afirmación da derecho a Dios sobre el pueblo. Son lo que son “gracias a Dios”. No deben su libertad ni su constitución como pueblo a ninguna fuerza revolucionaria, ni a un estratega militar, ni, obviamente, a la acción de otros dioses.
Dios se ha ganado el derecho a ser su Dios por la liberación que les ha concedido. Israel habrá de tomar a Dios como su único absoluto. También aquí la gracia precede a la ley. Dios exige un estilo de vida al pueblo porque él le ha devuelto la vida al liberarlos de la esclavitud. Si Israel existe es porque Dios lo ha querido. De ahí el primer mandamiento: “No tendrás otros dioses frente a mí”. Admiración, gratitud y reconocimiento es la respuesta que el pueblo debe dar a Dios, respuesta que se concreta viviendo los mandatos dados por el mismo Dios para bien del pueblo.
Desde entonces Israel quedará constituido como “pueblo de la escucha”. Su identidad primordial será ser oyentes de la palabra de Dios. Los profetas, en su momento, serán los garantes de que eso se cumpla. Y más adelante lo serán los sacerdotes.
Sorprende la formulación tajante y prohibitiva de casi todos los mandamientos: “no matarás”, “no robarás”, “no darás falso testimonio”… Exigen un comportamiento que garantice la convivencia entre ellos. No olvidemos que estos mandamientos son dados al pueblo en los días previos a la conquista de la tierra.
El respeto absoluto al prójimo será esencial para garantizar una sana convivencia entre ellos, cosa que les fue negada durante su estadía en Egipto. Tendrán que ser responsables de la vida, libertad y dignidad de los otros.