Pbro. Isaac García de la Cruz
La frase que titula este artículo, está tomada de la Jornada Mundial del Enfermo 2024, que dirigiera el Papa Francisco a la Iglesia, que, a su vez, pertenece al texto del segundo relato bíblico de la Creación, de la tradición yahvista. Uno de los grandes dramas de la humanidad, hoy, es la soledad. Poblaciones enteras sufren la desgarradora tragedia de vivir en el más cruel aislamiento, aun residiendo en grandes urbes, caminando entre multitudes de personas, utilizando medios de transportes masivos, trabajando en grandes empresas o viviendo en familia con casa o apartamento de lujo.
¿Por qué las personas sufrimos la soledad? Responde el Papa: porque “Dios, que es amor, creó el ser humano para la comunión”. La soledad “nos asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana”, y lo es especialmente cuando las personas vivimos momentos oscuros en la vida, cuando se presenta una enfermedad grave; la Pandemia de la Covid-19, aisló el mundo; los enfermos en los hospitales e incluso los médicos y el personal de apoyo que les acompañan, sienten soledad; quienes deben afrontar el momento de la muerte solos y los que viven en ambiente de guerra, que “es la más terrible de las enfermedades sociales”.
Para el Papa, la soledad, la ocasiona “la cultura del individualismo, que exalta el rendimiento a toda costa y cultiva el mito de la eficiencia, volviéndose indiferente e incluso despiadada cuando las personas ya no tienen la fuerza necesaria para seguir ese ritmo” y también “determinadas opciones políticas, que no son capaces de poner en el centro la dignidad de la persona humana y sus necesidades” o el abandono de las personas frágiles.
Independientemente de la necesidad de medicina para recuperar la salud, para el Obispo de Roma, “el primer cuidado del que tenemos necesidad en la enfermedad es el de una cercanía llena de compasión y de ternura”.
Para el momento que vivimos de nuestra historia, es fundamental renovar la misión del cristianismo en medio de la humanidad y recordar que “hemos sido hechos para el amor, estamos llamados a la comunión y a la fraternidad. Esta dimensión de nuestro ser nos sostiene de manera particular en tiempos de enfermedad y fragilidad, y es la primera terapia que debemos adoptar todos juntos para curar las enfermedades de la sociedad en la que vivimos”.
Es preciso descubrir las soledades existentes, que provocan depresiones y tragedias, porque “nosotros los cristianos estamos especialmente llamados a hacer nuestra, la mirada compasiva de Jesús. Cuidemos a quienes sufren y están solos, e incluso marginados y descartados… Cooperemos así a contrarrestar la cultura del individualismo, de la indiferencia, del descarte, y hagamos crecer la cultura de la ternura y de la compasión” hacia los sanos y los enfermos.
La primera cosa que se dice que “no conviene o que no está bien”, en el mundo se refiere a la soledad de Adán (Gén 2,18) y lo seguirá siendo mientras exista una persona en el universo, debido a que la vida “está llamada a realizarse plenamente en el dinamismo de las relaciones, de la amistad y del amor mutuo. [De tal modo que, nos convenzamos que] hemos sido creados para estar juntos, no solos” y la necesidad de una compañía fraternal, se refleja en nuestro estado de salud y felicidad, pero, sobre todo, en la dependencia, física y emocional, en los momentos de enfermedad.
El individualismo nos condujo al precipicio de la soledad. La fe, que es comunión, nos debe señalar el camino del retorno.