Los dos obispos 

0
277

Raquel Bernardita Sosa Bretón

En el día del sábado 2 de diciembre del año en curso, luego de aceptada una renuncia y efectuado un nombramiento, tuvo lugar la toma de posesión del nuevo Arzobispo de la Arquidiócesis de Santiago.  

Aguardando el tiempo para sentarme a escribir sobre este importante suceso en nuestra iglesia metropolitana de Santiago y, muy particularmente, en mi familia, decidí esperar hasta que aconteciera. No pude estar presente en este significativo evento que tuvo el privilegio de contar tanto con el Presidente como con la Vicepresidenta de la República, a diferencia de la anterior, que solo estuvo la Primera Dama del pasado gobierno. Procedí a buscar la grabación del acto y al encontrarme con la imagen que aparece debajo, lo que tenía pensado escribir tomó otro sentido, pues no pude evitar remontarme a la película de Fernando Meirelles, “Los dos Papas”, a su vez basada en el libro del novelista Anthony McCarten, titulado “El Papa: Francisco, Benedicto y la decisión que impactó al mundo”. 

Ambos sucesos comparten el hecho de una renuncia, con la diferencia de que, en el caso del Papa Benedicto XVI, fue una renuncia extemporánea, pero necesaria, mientras que, entre estos dos obispos, uno saliente y otro que llega, se encontraban ambos en tiempos oportunos. De todos modos, lo que me ha hecho asociar ambos sucesos es la transición entre quien llega y quien se va. Un aspecto que no había valorado en la película, hasta que me tocó vivirlo. 

Por muchos años, como en todo camino de superación y éxito, en mi familia estuvimos acostumbrados a las llegadas y como tal, a la emoción de ver a uno de los nuestros – de familia rural, pero bendecida en valores y educación – abrirse paso cada vez más grande, hasta culminar en lo más alto que pudimos verle. Reconozco que la sensación fue superada en cada ocasión, especialmente en este último año. 

Cuando mi tío, Mons. Freddy Antonio de Jesús  Bretón Martínez– y digo el nombre completo, porque quiero resaltar que hay caminos que vienen escritos inclusive desde el nombre – tomó posesión como Arzobispo de Santiago, en abril 15 del año 2015 – quien para dar un toque más dramático al suceso, todavía se encontraba en proceso de recuperación de una importante intervención quirúrgica- recuerdo que conversaba con mis primos sobre cómo se iba a sentir eso de tener un tío arzobispo. Nótese que habíamos vivido los diecisiete años anteriores, acostumbrados al tío que vive lejos como Obispo de la Diócesis de Baní, que venía solo para los festivos más significativos en la familia y que nuestro mayor orgullo era que gracias a él nos íbamos por una semana completa a una casa de verano en Palmar de Ocoa. Debo ser justa y mencionar que esta estadía en lo que era un paraíso para nosotros, venía con la condición de que, dado al oficio del anfitrión, todos los días había toque de queda durante el ocaso para celebrar la santa misa. 

Así pues, en estos últimos ocho años, aunque no hubo un Palmar de Ocoa, las fortunas nos llegaron masiva y continuamente. La cercanía con nosotros se multiplicó. Oír su nombre en cada eucaristía a pesar de su frecuencia, nunca cayó en la monotonía y de repente, el cariño como padre, pastor y amigo ya no era solo de mi familia y los del pueblo fiel del Sur, sino también a nivel nacional. A esto se sumó que, gracias a su amor a las palabras, terminó conquistando también la literatura dominicana, recibiendo el Premio Nacional Feria del Libro Eduardo León Jimenes 2020 y luego, el Premio Nacional de Literatura 2023. Debo también ser justa y decir que, estos galardones eran precedidos por un fuerte deber de lectura que llevó a que algunos miembros de la familia (mi padre) compitieran a ver quién acaba de leer primero. 

La renuncia que correspondía hacer mi tío una vez llegada a la edad establecida en el Derecho Canónico, estaba cronometrada desde hacía años, meses, semanas, días, horas y hasta segundos, y aunque lo tomábamos a broma, soy testigo de que mi tío con esto lo que quería demostrarnos era como decimos en derecho: “todos los plazos se cumplen”. Aun cuando lo estamos haciendo bien, todo llega a su término. Es como decía el Nuncio Apostólico el sábado, “la promesa (de ser fiel) es un desafío al tiempo, tiene un carácter dramático, agonístico, tiene que ver con el tiempo que pasa y te consume, más claramente es un desafío a la muerte, pero puede convertirse en el tiempo y en la gracia de la entrega”.

Como yo sabía que no iba a poder acompañar a mi tío en ese día, asistí a lo que fue su último acto multitudinario: “Un paso por mi familia” que tuvo lugar una semana antes. Es menester que señale que, las homilías de mi tío tienden a causar bastante sensación en el público, por la combinación que hace entre la seriedad y la jocosidad con que expone, pero más que nada, es fundamentalmente una escuela de aprendizaje que, por muchos años, desde mi perspectiva, fue muy nuestra, de cuando venía y celebraba la eucaristía en casa de mamá. Enfatizo en que, lo de escuela era en serio, porque en la clase se hacían preguntas, sin importar edades, desde el más pequeño hasta el más mayor. Así pues, en esta última celebración, no sé si era porque era la última, si era porque a propósito de ser de la familia y él siempre hablar de la nuestra, no escondió su sorpresa cuando vio a algunas de mis tías en el público o si fue por la promoción hecha por el equipo de Las Águilas (¡qué liiiiiiindo!), pero la euforia en los feligreses era tal que, por momentos lo comparé con la emoción de ver un juego de pelota. 

Ahora que le toca irse, primero diré que no dice adiós quien lleva una vida despidiéndose y segundo, reiteraré lo que le escribí recientemente: con su salida nos deja un testimonio de lo que se llama un camino de vida recorrido con coherencia y con sentido de principio a fin. Sin renuncias a destiempo, sin retrasos ni desvíos. Sabiendo siempre dónde estuvo su confianza (Scio cui credidi) .

Como expresó mi amiga, Maribel Reyes en su escrito a propósito de la salida del Magistrado Milton Ray Guevara – quien de hecho fue profesor de mi tío, cuya admiración ha mencionado en algunos de sus libros- “no podemos seguir buscando un Milton Ray Guevara, porque solo hay uno”. Lo mismo digo en esta ocasión: Mons. Freddy Bretón es solo uno. No es cuestión de sustitutos, sino de continuidad y en esta ocasión le tocó a Mons. Héctor Rodríguez, como nuevo Arzobispo de Santiago, quien no es un desconocido para nuestra familia, incluso fue uno de los tantos alumnos de mi madre,  y a quien le deseamos que haya siempre luz en su caminar. 

Cuenta mi tío que, de pequeña cuando me enteré que sería obispo, le pregunté que si picaban, haciendo alusión a la palabra “avispas”. En esta ocasión, coincido en que el título que ahora tendrá de émerito, definitivamente es por los méritos, los cuales quedarán grabados por siempre.

Feliz vida de emérito, querido tío.

Este texto lo dedico a Papá Antonio, quien no está desde antes que tío Freddy fuera Obispo. También a mamá Gelita, que se fue antes de que fuera Arzobispo y a tío Domingo, que celebra con ellos.