Lo que gana un “mendigo”

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El tema de los “mendigos” me intriga. Podría hacer un pequeño libro con mis anécdotas, una de las cuales compartiré entre gracia y seriedad, comprensión y perplejidad.  En la antigua Europa, cuando en algunos pueblos anunciaban la llegada  de un santo, los mendigos con problemas físicos “espantaban la mula” para evitar que el enviado de Dios los curara y les quitara su fuente de ingresos. 

Y es que ser mendigo, por los siglos de los siglos, es más lucrativo de lo imaginado, sin negar que muchos lo son de verdad y merecen nuestra mano solidaria, especialmente si son discapacitados reales y ancianos abandonados.

Tenemos el caso del falso accidentado. Me sorprendí al verlo. El amigo cojeaba con gracia y naturalidad. ¡Qué actor, caramba! ¡Cuánto histrionismo en alguien que nunca había pisado un teatro! Lo conocía y sabía que él podía caminar más rápido que un maratonista keniano en los Juegos Olímpicos. Hablamos claro, pues me impresionó verlo tan animado pidiendo dizque para operar sus piernas.

Le pregunté: “¿qué te pasa muchacho, qué haces aquí, estás allantando o en serio te sucedió algo?”. Me contestó: “lo primero es que no siento vergüenza por lo que hago, nadie me dirige, ni me preocupa lo que digan y lo segundo es que yo no estoy cojo na´; licenciado, yo vivo “más bien que Lola”, fíjese que cuando el semáforo se detiene, la gente me coge pena y me da al menos RD$25.00 pesos y eso pasa cada minuto; usted que estudió, sume entonces cuánto yo me embolsillo cada día”.

Hice mis cálculos matemáticos con dificultad (soy abogado). Un semáforo permanece quizás 30 segundos en verde. Nuestro mendigo (que también puede ser un “limpiador” de cristales de vehículos) recoge por su actuación RD$25.00 pesos promedio cada cambio de semáforo. Si suponemos que nuestro protagonista, quizás para adaptarse a nuestras costumbres laborales, trabaja seis días a la semana, las 44 horas reglamentarias (no incluye el domingo, que hay que descansar) obtendrá unos pesitos nada envidiables. 

Sume usted entonces lo que él percibe al mes y quedará anonadado. Se percatará que ese dinero lo reciben pocos profesionales dominicanos. Y el mendigo no paga impuestos, energía eléctrica, agua, teléfono, material gastable y empleomanía; tampoco le importa el Tratado de Libre Comercio, la guerra en Ucrania ni cosas por el estilo. Además, tiene estabilidad laboral, pues él es el propietario de su esquina.

Así que, cuando nos encontremos con alguien “pidiendo” en la calle, es probable que económicamente esté mejor que nosotros, lo que no ha de impedir que le demos nuestros chelitos como reconocimiento de su talento para aparentar que es un mendigo y no un hábil comerciante.