Pbro. Isaac García de la Cruz
Según cuenta la historia, en una de las 4 apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, se dio el siguiente diálogo: “En su presencia se postró [Juan Diego], la saludó, le dijo: ‘Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta; ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Con pena angustiaré tu rostro, tu corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío. Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros Sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo, porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte. Mas, si voy a llevarlo a efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa´. En cuanto oyó las razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen: ‘Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad ni cosa punzante, aflictiva. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno´”.
Igual que los diálogos entre Jesús y María de Nazaret, entre la Guadalupe del Tepeyac, ciudad México y Juan Diego (Nican Mopohua) y entre millones de madres y sus hijos, así se va haciendo la historia de la salvación que Jesús ha querido confiar a la intercesión de su Madre. Jesús no necesita de María para salvar a ninguno de los que su Padre Dios le confió y, sin embargo, quiso contar con ella.
En el Mes de las Flores a María y en el Día de las Madres dominicanas, es justo hacer honor a cuantas mujeres son reflejo de María en medio a nuestras familias y de la sociedad actual, que la utiliza, la menosprecia y la asesina en su vida y en sus derechos y, sin embargo, como María, ella siempre preocupada: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. (Lc 2,48); “Le dice a Jesús su madre: ‘No tienen vino’” (Jn 2,3), o como Guadalupe a Juan Diego: “¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre?” y será siempre la misma preocupación abnegada hacia el hijo obediente y el rebelde, ante el sano y el enfermo, el cercano y el lejano; y a duras penas y sufrimientos modificará su actitud frente al esposo que cambió las caricias por golpes y las palabras de amor por ofensas y maltratos psicológicos. Tanto amor y ternura no merece tales recompensas. ¡Que se detenga esa forma de reconocerla 1 día y maltratarla 364! ¡Basta ya!