-William Arias
Estamos en la pascua, después de la Semana Santa, que ha comenzado en la primera semana de este mes de abril. Celebramos este tiempo litúrgico central en la vida del cristiano, ya que como dice el apóstol Pablo “que si Cristo no resucitó vana es nuestra esperanza”, pues el creyente vive de la pascua, en ella radica la centralidad de nuestra fe.
Cada religión tiene su parecido con las demás y su elemento particular y propio, la peculiaridad del cristianismo es precisamente la resurrección. Los líderes religiosos mueren y ya, todo término y sus seguidores le dan forma a lo que dijo en vida, pero aunque el cristianismo haga lo mismo respecto a su líder Jesucristo, va más allá, pues enseña y dice que este salió triunfante de la muerte, que está vivo, que lo vieron sus discípulos, y aquella experiencia los llevó por el mundo entero dándole a conocer y que incluso fueron capaces de morir violentamente manteniendo la fidelidad a dicha verdad. Es la experiencia de la pascua hacia la cual nosotros, después de haber celebrado el misterio pascual, nos lanzamos.
La Pascua es la meta del cristiano, pues como nos enseña el mismo San Pablo, lo que Cristo consiguió para sí, lo consiguió también para nosotros. Jesús es el hijo de Dios, como lo somos nosotros: “Hijos en el hijo”, citando de nuevo a Pablo, y por ser hijo somos herederos de todo aquello que Dios ha puesto en Jesús, como la resurrección, la vida eterna, y por lo tanto también nosotros caminamos hacia la resurrección, la pascua se convierte en nuestra meta final.
Pablo el apóstol que hemos citado, ha sido el que más ha profundizado este misterio en la Biblia. El no se detiene en la vida y muerte de Jesús, sino en el hecho central y trascendente de la pascua; la experiencia suya es en el resucitado. El se le aparece y a partir de ahí hace del Cristo resucitado su Señor y solo vive para él y por él, lo mismo también nosotros: en semana santa, al final, celebramos y cantamos la Vigilia Pascual, “la madre de las Vigilias”, según San Agustín. En ella proclamamos y renovamos nuestra fe, y con el ardor de dicha celebración, como Pablo hacemos y renovamos nuestra experiencia de fe en Cristo el resucitado y salimos al mundo a caminar junto a los demás hermanos, de manera sinodal, para dar testimonio de Cristo a quien nos lo pida, lo necesite o en donde el Espíritu nos coloque.
Nuestra fe no es en un personaje famoso, o en un líder que fomentó una creencia, es en alguien vivo, que venció en su momento a la muerte, que está vivo y camina con nosotros. Nos anima mediante su Espíritu en este valle de lágrimas, como le rezamos a su Madre, pero que el sacrificio y el esfuerzo que hacemos lo valen, pues no es vida en pequeño que buscamos, es vida en grande y eterna, es poder unirnos al Dios nuestro, creador de todo y propiciador de la redención humana en el Hijo Jesús. La muerte ha sido vencida y nosotros proclamamos esa victoria relativizando todo lo que hay a nuestro alrededor, y abriéndonos a una nueva espiritualidad, a una nueva manera de ver y vivir la vida, a partir del hecho central de la resurrección.
Vivamos con gozo estos 50 días que la Iglesia nos regala. No temamos dar testimonio del resucitado, vivamos con él, unidos a él hasta que lleguemos al dador de toda esta vida desbordada en su Hijo mediante la resurrección. FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.