Más peripecias en Roma

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Varios estaban haciendo doctorado: Norberto Arro­yo, Fernando Gil y Carlos Heredia (Argentina). Carlos sufría de una psoriasis ge­neralizada; me dijo que has­ta el Padre Emiliano le había hecho oración, y no había sanado. En reciente visita a Buenos Aires pregunté por él; me dijeron que llegó a ser decano de derecho canó­nico en Buenos Aires, pero que había fallecido, a causa de unos medicamentos para la psoriasis.

También hacían doctorado Ricardo Tobón y Augus­to Campos y no sé si también Hans Schuster (Colom­bia) y Víctor Guerrero (Ve­nezuela). A éste le enviaron de su país una considerable cantidad de café, preparado con canela; él no lo bebía, y me lo entregó a mí; yo estaba usando nescafé, y la dife­rencia era clara. El café me hizo mucho bien, pues yo andaba a menudo con sue­ño; dígame usted en invierno. Parece que no dormía las debidas horas de sueño, y al final casi no podía mantenerme despierto para estudiar.

Llegué a inventar un mé­todo “nuevo”: colocar el libro que estaba estudiando, sobre una pila de libros, y entonces, en vez de sentar­me en el asiento de la silla lo hacía en el respaldo o espaldar. Si me dormía, me caería al suelo. Con esto y una buena taza de café podía permanecer más o menos despierto. (Se sabe que estos métodos tienen sus límites.

El padre José Grullón se dormía manejando, y en una ocasión me dijo: “Freddy, inventé un método para no dormirme conduciendo”. Consistía en que no se sen­taba en el asiento, sino un poco en el respaldo del mis­mo, lo que lo obligaba a quedar medio de pie (¡!). Lo cierto es que a pocos días, regresaba a Villa Vázquez, y lo encontraron en la cuneta. A mi pregunta de qué pasó, respondió que le había fallado el método).

Eran buenos amigos míos todos los del Pío Lati­noamericano: Alvaro Hurta­do, Roberto Sepúlveda, Carlos Acaputo, Gustavo Tenorio (a quien encontré luego en Bogotá), Rodolfo Valenzuela (Obispo de Ve­rapaz, presidente de la Con­ferencia Episcopal de Gua­temala), Angel Palomera, Luis Vargas, Gabriel Aguiar, Rómulo Aguilar, Rafael Urrutia, Ignacio Du­casse (Obispo, Chile), Luis Valderrama, Juan Mendoza, Freddy Sandoval, César Huertas, José Duarte, Nor­berto Chirigliano, José Cruz Buendía, Eulises Gutié­rrez… A éste le fabriqué, para su cumpleaños, una pequeña mitra hecha toda ella con un solo sobre de té Lipton; los bordes machacados del sobrecito fueron las ínfulas (las dos tiritas). Era, en su pequeñez, una perfecta mitra. Le hice una nota, la coloqué en un sobre y la puse en la casilla de Eulises. Cuando uno llegaba de la universidad, aunque tuviera mucha hambre, lo primero que hacía era mirar hacia el casillero del correo, a ver si había llegado algo de su país. Teníamos verdaderamente hambre de noticias de los nuestros (recuérdese que algunos no teníamos ni siquiera teléfono en nuestras casas paternas).

Eulises llegó, miró y fue derecho a recoger mi tarjeta. La abrió y la leyó ahí mis­mo. Y la boca se oyó en gran parte del Colegio: “¡Freddy, que Dios te oigaaaa…!” (Se refería, por supuesto, a la pequeña mi­tra). Pero no he sabido nada sobre el cumplimiento de mi broma. (Algo semejante hice luego en Santo Domin­go para el padre Manuel Ruiz, entonces colega For­mador del Seminario).

 

Por Europa en tren

 

Antes de regresar de Roma el P. Fausto y yo, nos juntamos con los padres Francisco Ozoria y Antonio Reynoso para hacer un recorrido por Europa, con el Eurail Pass, un pasaje más barato, por quince días, con el que podíamos usar todos los trenes de Europa, menos los de Inglaterra. Tuvimos que sacar visa para varios países: Alemania, Hungría, Francia… (estas dos últimas eran muy caras).

Este recorrido se hace sin alojarse en ningún hotel: se come donde se puede, se “duerme” en los mismos trenes… El Padre Fausto era el guía, pues ya había hecho el recorrido; y el Padre Toño el, experto en idiomas. Anduvimos por todas partes, pero no hay espacio para contar aquí todo lo que pasamos. Hicimos un par de escalas para bañarnos y quitarnos un poco el hambre. Una fue en Bélgica, en la casa de los padres del  P. Pedro Ruquoy; su padre, que había estado en el país repetía: Cabeza de torrró… (Había visitado con su hijo Pedro un lugar llamado Cabeza de toro). En esta casa casi resucitamos, y no solo por el buen baño. Otra parada fue en París, en casa de la Hermanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, religiosas que tienen casa en Licey al Medio, Santiago; de ahí recuerdo el cariño con que nos trataron y el buen queso francés. En donde nos alojaron celebramos Misa; solo había un misal en francés y Fausto, por ser el más afrancesado, fue quien la presidió.