Otra pregunta para poner a prueba al Maestro: “¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?” Y otra respuesta sagaz por parte de Jesús. La trampa de la pregunta se verifica en que quien la plantea es un doctor de la ley, un versado en la materia.
Por su parte, Jesús no responde con un mandamiento, sino con dos, uniéndolos de tal manera que resulten inseparables. En su respuesta Jesús une Deuteronomio 6,5 (“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”) y Levítico 19, 18 (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”). Él no inventa nada nuevo, lo que hace es fusionar lo que los hombres se habían encargado de separar. La orientación de la vida desde Dios tiene su concreción en la entrega a los demás. Por eso son dos mandamientos inseparables.
Podríamos preguntarnos: ¿por qué fusiona Jesús estos dos amores en uno solo? Me ha encantado lo que ha dicho un comentador del Evangelio de hoy: “No puede haber dos amores, porque solo tenemos un corazón”. Por lo tanto, el mismo amor con que amamos a Dios es el mismo amor con el que debemos amar a los hermanos. Pero hay algo más. San Juan Eudes nos dice que nuestro corazón es demasiado pequeño para responder al amor de Dios y para amar al prójimo como conviene; necesitamos un corazón más grande, por eso debemos pedir a Dios que nos dé el corazón de Jesús.
Ahí está la clave: debemos pedir a Dios en nuestra oración que nos regale el corazón de Jesús para amar con ese corazón, ya que el nuestro no alcanza para tanto. Quizás sea ese el primer ídolo del que tengamos que deshacernos según propone Pablo en la segunda lectura de este día. Nuestro corazón suele poner medidas al amor, mientras que el corazón de Jesús no las pone. Tal vez san Juan de la Cruz estuviera pensando en un corazón así cuando afirmó: “La medida del amor es amar sin medida”.
La primera lectura de este día, por su parte, nos presenta la tríada prototípica que el Antiguo Testamento considera destinataria del amor, y por lo tanto “rostros del prójimo”, lugar inmediato donde se revela el Dios distante, y oportunidad para vivir lo contenido en la alianza: los extranjeros, las viudas y los huérfanos. Tres son las razones que da el texto bíblico para que se conceda especial atención a estos grupos vulnerables: la primera es que Dios mismo se presenta como su protector y defensor (motivación teológica); la segunda motivación es que también el pueblo de Israel fue extranjero en Egipto (la vulnerabilidad forma parte de su memoria histórica); la tercera es la manera de ser de Dios, es un Dios compasivo y misericordioso (lo que nos muestra que el amor no es un sentimiento sino una cualidad del ser), a quien todo israelita está llamado a imitar. Conciencia de la propia vulnerabilidad y auténtica experiencia de Dios son las principales motivaciones que debe mover a la verdadera praxis del amor.
Según todo lo dicho anteriormente no es que “tenga que” amar al prójimo, la razón primera no es que esté obligado a hacerlo, sino que amando al prójimo es como se revela en mí una auténtica experiencia de Dios.
Al amar al otro es Dios mismo quien desde dentro de mí –haciendo funcionar mi corazón como el corazón mismo de Jesús- lo ama. De esa forma no solo amo al otro, sino que yo mismo me siento amado.
Así nuestro amor humano nos lleva a la fuente del amor divino. Y al revés, la fuente del amor divino que me habita –el corazón de Jesús- me mueve a la experiencia del amor verdadero. Al amar a los otros hago la experiencia del amor de Dios que me habita.
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