Los últimos son primeros

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Las primeras comunidades cristianas no cesaban de admirarse de su situación dichosa. Por un lado, durante más de dieciocho siglos, el pueblo de Abraham había soportado la larga marcha a través de una historia de opresión, invasiones y violencias. Los judíos esperaban al Mesías salvador desde los tiempos de David, diez siglos antes de Cristo. Por otro lado, muchos de los primeros cristianos provenían del mundo griego. ¡Ni siquiera eran ju­díos y habían sido agraciados con la salvación que trajo Jesús de Naza­ret! La salvación del Mesías llegó por igual a los sufridos israelitas y a los no judíos de la última hora.

¿Acaso Dios fue injusto con Israel? Jesús lo aclara con una pará­bola en el Evangelio de hoy (Mateo 20, 1–16). Un patrono contrata a unos trabajadores al amanecer. Se ajustan a un denario por jornada. Durante el día, el dueño de la finca sigue contratando, incluso cuando ya el sol va cayendo. Al pagar, em­pieza por los últimos, ellos reciben un denario. Los que empezaron a trabajar al amanecer se quejan, alegando que soportaron todo el calor de la jornada. ¡El patrón ha igualado el trabajo de los últimos al de los primeros! Pero el patrón les recuerda: “¿No nos ajustamos en un de­nario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti.”

Respecto de Jesús de Nazaret, en nuestra Iglesia hay dos tipos de cristianos. Unos vienen de familias creyentes, y otros recién lo descu­brieron. ¿Consideraremos con envi­dia a estos cristianos de última hora? Jesús nos invita a alegrarnos con ellos de la generosidad de Dios. Ellos no son un motivo de queja, sino una invitación a confiar en la lealtad generosa de Dios. Últimos y primeros creemos en el mismo Mesías cuya generosidad no cesará de sorprendernos.

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