En la primera lectura de hoy (1 Reyes 19,9a.11-13ª), Elías recibe el mandato de alistarse: el Señor va a pasar. Primero, pasa el huracán violento, partiendo peñas; luego el terremoto y finalmente, el fuego. Las tres experiencias concluyen igual: Dios no estaba en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego.
Luego Elías, siente una brisa tenue, “y al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.” Elías atiende, porque en el susurro de la brisa podrá oír la voz de su Dios. Acostumbramos a buscar a Dios del lado del poder. Hoy aprendemos a escuchar su voz en la brisa suave.
El Evangelio de Mateo 14,22-33, muestra a Jesús embarcando a los discípulos a empujones. La multitud acaba de saciarse de pan y peces. Jesús parece temer la borrachera del éxito.
Cae la noche, la barca es mecida por las olas, están lejos de tierra, el viento es contrario, y para colmo, Jesús se les acerca caminando sobre las olas, como un fantasma. Pedro cree tener la petición adecuada: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.” Él le dijo: “Ven.” Pedro, empieza a caminar, pero ante la fuerza del viento, siente miedo y empieza a hundirse. Entonces descubre la oración correcta: ¡Señor, sálvame!
Nosotros los cristianos, somos los remeros de la barca de Pedro, que Jesús nunca abandonará. A veces, erróneamente le pedimos al Señor que nos mande a caminar sobre aguas y pandemias. Lo que hemos de pedirle al Señor es creer con esa fe que capea las tormentas junto a los otros remeros. No hay talleres para aprender a caminar sobre las aguas. Pero en la barca de Pedro podemos aprender a creer, luchar, amar y esperar.
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