Sabiduría anti-viral

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“Cure la depresión con oración, que el Señor le dará su bendición”.

Hoy diría Santa Teresa de Jesús que estamos viviendo “tiempos recios”. Éstos no son los primeros ni los últimos.

Pero nos anima este refrán, “no hay mal que por bien no venga”. Experiencias históricas muestran que después de las devastaciones vinieron las reconstrucciones. Y tras las plagas llegaron impresio­nantes adelantos en el campo de la Medicina. Ahora bien, la mayor fuente de esperanza nos la da San Pablo: “Todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rom 8,28).

Cuando los microorganismos pestilentes se ensañan contra los humanos, sobreviven quienes más se fortalecen contra ellos. El refra­nero nos muestra el camino:

En cuanto a la alimentación, “el que come fruta, de la vida más disfruta”. Y éste otro, “quien come verdura, más perdura”. Los alimentos frescos son ricos en vitaminas, carbohidratos ligeros y fibras, nu­trientes poderosos para repeler a los agentes patógenos.

En cuanto a la actitud contra las pandemias, no conduce a nada rebelarse ante la realidad por aquello de que, “sufrimiento con resentimiento conduce a envenenamiento”; hay que tomar las cosas como vienen, sin agitarse. La paz contribuye a la salud física y mental.

Si lo ronda el pesimismo y el de­caimiento, recuerde que, “contra la depresión, correcta alimentación, ejercicio y profunda respiración”.

Y no olvide el más eficaz antidepresivo: “Cure la depresión con oración, que el Señor le dará su bendición”.

Si tiene acceso al culto de la Iglesia, aunque sea por las redes sociales, ojalá el celebrante no le enfríe la devoción con homilía de­masiado larga: “Padre predica­dor, por caridad, ¡brevedad y claridad!”.

Si uno cae enfermo, quizás se cure, quizás no. Pero en cualquier desenlace, “sufrimiento con resig­na­ción lleva a la santificación”. Tarde o temprano se pierde la salud; algún día llegará la única enfermedad incurable, la última en­fermedad. Entonces entrará en juego la fe para asegurarnos que ninguna enfermedad puede afectar a la salud del alma. Al contrario, la decadencia física brinda oportuni­dad para el fortalecimiento espiri­tual.

¡Qué bien lo expresó San Pablo!:  “Aunque nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día. La leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno” (2Cor 4, 16-18)

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