Este año 2020 me propongo comentar frases del P. Carlos de Foucauld que han hecho historia y han ayudado a muchos. La primera se relaciona con su conversión. Nos viene bien. Estamos comenzando la Cuaresma. El mensaje del Papa está centrado en la conversión. Carlos de Foucauld es uno de los grandes convertidos de la historia de la salvación.
En la línea de Pablo de Tarso, Agustín de Hipona y tantos otros. La conversión del ermitaño del desierto acontece a finales de octubre de 1886. Cuando tenía 28 años. En un momento en que lo que busca son lecciones de religión, sin más, el P. Huvelín le dice arrodíllese y confiésese. Obedeció. En esta confesión impensada comienza la vida nueva, transformada, sin vuelta atrás, de nuestro Hermano Carlos. Más tarde él contará tres veces este salto. Una a un amigo ateo que le escribe dos años después de él haber ingresado al monasterio. Carlos le responde el 21 de febrero del 1892 en una correspondencia llena de respeto fraterno pero con firme convicción.
Otra vez fue en una larga meditación en que insiste en la acción misericordiosa de Dios que fue el principio y término de la conversión.
La tercera fue en una carta a su amigo militar oficial Henry de Castries, el 14 de agosto del 1901, tres meses después de su ordenación sacerdotal. En ella dice a su amigo la frase conocida y que hoy presento y ayudará a muchos: “Apenas creí que había un Dios, comprendí que no tenía otro remedio que vivir sólamente para Él”.
Para vivir sólo para Dios abandonó lo que más amaba: su familia; dejó a su hermana la rica herencia de sus abuelos; los títulos de vizconde y de oficial militar; renunció al matrimonio con varias posibilidades; dejó atrás su querida patria Francia, para irse lejos, primero a un monasterio pobrísimo en Siria, luego a vivir como sirviente en un monasterio de Clarisas de Nazaret, y por último ya sacerdote a vivir sólo para Dios en el desierto del Sahara en Argelia entre los indígenas más pobres y abandonados, Los Tuaregs. Vivir totalmente a la disposición de Dios. En Obediencia total a su voluntad. Dedicándole en la oración todas las horas de día y de noche que le permitiera su acogida, atención, escucha y servicios a los transeúntes, enfermos y pobres que venían a su Fraternidad. Vivir para Dios exige en obediencia a la voluntad de Dios vivir para los demás.
Comprendió Carlos que Dios era el primero y principal en su vida. Amando e imitando a Jesús podía realizarlo a plenitud.
Realizó lo que ya vivió y enseñó Pablo: “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor”, (Rom. 14,7-9)
Sólo viviendo para Dios tendremos paz y alegría. Sólo así nuestra vida tiene sentido. Sólo así haremos el mayor bien posible a la Iglesia y a la sociedad. Vivir para Dios es vivir para siempre.
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