Ya harta la guerra de epítetos en Venezuela, donde todos los protagonistas se encuentran en el campo de batalla, armados de pies a cabeza con lenguas ponzoñosas. Es un espectáculo deprimente.
La decencia entre la dirigencia política tomó vacaciones en un pueblo noble, digno de mejor suerte, ahogado desde hace décadas en tétricos mares de populismo y corrupción.
Desde hace años –y ahora con mayor intensidad– descalificar al adversario es la consigna, lo que no habla bien de ninguno de los gladiadores, pues cuando las ofensas son recíprocas implica que los involucrados esconden algo o mucho de la verdad. Incluso palabras o breves frases que por sí mismas no son agravios, pero dentro del contexto son dardos envenenados.
En el cuadrilátero se escucha: “ultimátum”, “severa crisis”, “dictadura”, “intervención”, “rematar el trabajo”, “caos”, “golpe de Estado”, “guerra civil”, “títeres”, “imperio”, “no injerencia”, “usurpador”, “elecciones libres”, “autoproclamación”…
En Venezuela están involucradas hasta la médula las principales potencias mundiales, como rememorando la guerra fría. Y me duele en el alma que esta situación dividiera a América Latina, lo que no descarto que haya sido un propósito geopolítico y económico.
Y existe un agravante: la escasez de mediadores creíbles y confiables dentro y fuera de la patria de Bolívar. Creo que el indicado para tales fines es el papa Francisco, quien ha demostrado seria preocupación por lo que ocurre en Venezuela, siempre expresándose con responsabilidad y sensatez a la vez.
Recientemente, al salir de Panamá donde encabezó la Jornada Mundial de la Juventud, Su Santidad afirmó que le asusta un posible derramamiento de sangre en Venezuela, que el problema de la violencia le aterraba y ofreció su ayuda si los involucrados se lo solicitaban, “que se pongan de acuerdo y la pidan”, dijo.
El papa Francisco no ha tomado partido en favor ni en contra de nadie en Venezuela. “Yo apoyo a todo el pueblo venezolano, que está sufriendo. Si yo entrara a decir hagan caso a estos países, o a estos otros me metería en un rol que no conozco. Sería una imprudencia pastoral de mi parte y haría daño”, ha expresado. Anhela una solución justa y pacífica para superar la crisis respetando los Derechos Humanos y deseando el bien de todos los habitantes del país.
Estoy convencido de que la intervención del papa Francisco sería lo conveniente para buscarle una solución a la grave situación que padece el pueblo venezolano.
Esperemos.
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