El Bautismo del Señor

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La solemnidad del Bautis­mo del Señor que celebra­mos este domingo pretende ser la bisagra que une dos paneles: el tiempo de Navi­dad y el tiempo Ordinario. En efecto, con esta fiesta damos un salto desde los misterios de la infancia de Jesús a su vida adulta; pasa­mos de su “vida oculta” a su misión pública. En esta transición destaca Juan el Bau­tista, el testigo de Jesucristo. Digamos, entonces, que el ministerio de Jesús comienza con la predicación de Juan el Bautista y su bau­tismo. Las dos criaturas que se habían “conocido” estan­do en los vientres de sus madres, ahora se encuentran para dar apertura a la misión del Hijo de Dios.

Sin duda que la novedad de Jesucristo viene prece­dida por la novedad de Juan. Hacía mucho tiempo que en Israel no surgía un profeta que alentara o llamara a la conversión al pueblo. Ahora, de repente, aparece Juan proclamando un bautismo de conversión y danto testimonio de que detrás de él viene el que es “más fuerte”. Esto llevó a que fuera considerado un verdadero profeta. Su predicación debió llamar la atención de todo el pueblo, hasta el punto de despertar en muchos de ellos la espe­ranza mesiánica.

El papel de Juan el Bau­tista es ser testigo del que es “más fuerte” que él. Con ra­zón algunos autores se atre­ven a afirmar que fue el “pri­mer cristiano”. Con su testimonio Juan rechaza cual­quier vínculo entre su persona y el cumplimiento de la esperanza mesiánica. Él mismo se comprende como la voz que grita en el desierto; esto es, que prepara al pueblo para una pronta intervención de Dios en favor suyo. Juan sabe cuál es su papel en toda esta historia, está al servicio del que es “más fuerte”.

Estamos ante la tercera manifestación de Dios en la persona de Jesús. Recorde­mos que las otras dos han ocurrido la noche de Navi­dad y el “día de Reyes”. Tres detalles destacan en la narración que nos hace el evangelista de esta nueva manifestación: 1) el cielo se abre; 2) el Espíritu Santo baja sobre Jesús en forma corporal, como una paloma; 3) se deja oír una voz desde el cielo.

El hecho de que el cielo se abra indica que Dios no está encerrado en sí mismo. Es un Dios de puertas abiertas. Por esas puertas que se abren se desliza sobre Jesús, lo mismo que sobre nosotros, el día de nuestro bautismo, el Espíritu Dios. Esto sucede “como una paloma”. ¿Qué querrá decir esa imagen? A veces pienso que la gente cree que el Espíritu Santo es una paloma. Esto sucede porque no le ponen cuidado a la partícula “como”, la cual indica una comparación y no una identificación. Con esta imagen tal vez el evangelista quiera referirse a la forma como él entiende que el Espíritu Santo se posa en la persona y no que Éste tenga la forma de un ave.

Por otra parte, la voz del cielo dice unas palabras bastante alentadoras para al­guien que va a comenzar su misión en el mundo, como es el caso de Jesús: “Tú eres mi hijo, el amado; en ti me complazco”. Esas palabras son un estimulante para quien ha decido llevar a cabo la voluntad de Dios. Esta­mos ante un relato donde Dios aparece en su misterio más profundo, el misterio trinitario: el Padre (la voz) y el Espíritu Santo (como una paloma) vienen a alentar al Hijo (Jesús) para el comienzo de su misión entre los hombres. Ninguna de las personas de la trinidad actúa en solitario. Misterio de comunión que desborda nuestro entendimiento.

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