Me contaba un amigo: “un día reuní a mi esposa y a mis hijos y les dije: En esta casa el primero soy yo, después soy yo y para variar sigo siendo yo!”.
¿Crees amigo lector de Dos Minutos, que Roberto se ama a sí mismo?
En la lectura del evangelio de este domingo, en el capítulo 12, versión San Marcos, a Jesucristo le hace una pregunta, un escriba: “De todos los Mandamientos, ¿Cuál es el más importante?”
Jesús le respondió:
El que dice: “Oye Israel, el Señor nuestro Dios es el único Dios. Amarás pues, al Señor con toda tu mente, con todas las fuerzas de tu ser. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es muy parecido: amarás a los demás con el mismo amor que te amas a ti mismo. No hay mandamiento más importante que estos dos.”
El Señor, en su oración sacerdotal al Padre, lo expresa de una manera clara y sencilla: “Mi ruego es que mantengan siempre la unidad espiritual como Tú y Yo, Padre, la mantenemos. Y que de la misma forma que Tú estás en mí y Yo en ti, que ellos estén en Nosotros” Juan 17, 21.
Santo Tomás de Aquino expresó esta idea en una frase que se ha hecho muy popular: “La caridad entra por casa”.
Nosotros los hombres y mujeres, somos imagen y semejanza de Dios, y si procedemos de Él constituimos una fuente individual y permanente de valores vivos. Por tanto, cada uno de nosotros somos únicos, especiales, diferentes e irrepetibles. En resumen “Dios no hace porquerías”. Somos mejores de lo que nosotros nos creemos; es por eso que podemos crecer en nuestra auto-estima, en el amor por uno mismo.
Esta labor de desarrollo y crecimiento puede empezar por la aceptación de nuestra imagen física y psicológica. Querernos como somos y no como pensamos que deberíamos de ser.
Naturalmente, ese amor hacia nosotros mismos no puede ser egocéntrico, como el de Roberto, porque él se tiene una estimación inmoderada, excluyendo a los demás. Actuar así nos convertirá en ególatras.
Nuestro amor al prójimo estará siempre en relación con nuestra estima propia y nuestro amor a Dios.
Queremos más plenamente al hermano tal y como es y no como nosotros quisiéramos que fuera, porque ya hemos aprendido a aceptarnos a nosotros mismos con nuestros defectos, faltas y virtudes. Sin esta auto aceptación no podríamos amar a nuestros hermanos.
Dios nos ama tal como somos.
Me siento muy agradecido del Señor y quiero proclamarlo públicamente, porque me ha permitido por muchos, muchos años, contemplar cientos de hombres y mujeres que se han aceptado como fueron creados y han ido creciendo día a día, convirtiéndose en personas que viven ésta triple verdad:
- “AMAR A Dios con todo su corazón, con todas sus fuerzas y con toda su mente,
- AMARSE a sí mismo y
- AMAR al prójimo, como a sí mismo”.
Nota:
Este artículo ha sido escrito gracias a la fina colaboración de Rafael Francisco Bonnelly Batlle.
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