“Se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de claridad. Y quedaron muy asustados. Pero el ángel les dijo: « No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y de repente hubo con el ángel una multitud de las huestes celestiales alabando a Dios con las palabras: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de su voluntad” (Lc 2, 9-12).

La Navidad es una época de gozo para el pueblo de Dios por la venida del Salvador al mundo. Los ángeles de Dios no podían estar ausentes de estos acontecimientos extraordinarios en la historia de la humanidad, son los ejecutores de la voluntad de Dios. A través de ellos, agradó al Señor anunciar esta maravillosa noticia sobre la Navidad. La innumerable hueste celestial se une al Ángel de Dios, quien anuncia a los pastores el nacimiento del Redentor.

En forma de Ángelus, podemos ver a San Miguel Arcángel, porque él, como líder, dirige a los ángeles. Los ángeles no se centraron en el comportamiento de las personas asustadas, no participaron en la conversación que suele surgir en un encuentro con el ser humano. Cuando vinieron los ángeles, glorificaron a Dios, dándonos a las personas un ejemplo específico de la actitud que debemos adoptar en presencia del Creador. La adoración es lo mejor que puede hacer un humilde hijo de Dios cuando se encuentra con él.

Debemos alabar a Dios durante cada Santa Misa, durante cada adoración del Santísimo Sacramento. Quizás el tormento, el sufrimiento, los pensamientos acelerados en torno a lo que quita la alegría y la paz a nuestros corazones, oscurece la presencia de Dios en el Santísimo Sacramento y nos distrae de la esencia del Santo Sacrificio. Por eso, el tiempo de Adviento fue tan necesario para redescubrir la presencia de Dios entre nosotros, pues nos llena de alegría encontrarnos con Jesús en el Belén, alabándolo con villancicos. Debemos recordar que se trata de Dios, que después de todo es amoroso, todopoderoso y misericordioso, por quien somos hijos únicos y amados. Y quien, como Buen Pastor, nunca nos dejará.

Deseemos entregarle nuestro dolor y, en la confianza de los hijos de Dios, alabarlo y adorarlo continuamente. Aprendamos de los ángeles a adorar a Dios. Pidamos a los ángeles antes de cada Santa Misa o adoración, su presencia especial. Asegurémonos de que nuestros rostros siempre irradien la alegría de un niño y en especial durante la Nochebuena y la Navidad. Creo que los ángeles nos apoyarán con entusiasmo en esto.

Padre Jan Jimmy Drabczak CSMA

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