La mujer en la Iglesia

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Pbro. Isaac García de la Cruz

La Biblia, las ciencias teológicas y la práctica nos demuestran que la mujer, contrario a lo que aparenta ser, ha jugado un rol preponderante en la historia de la salvación y de la Iglesia, si no liderando procesos, “desde detrás del telón”.

Documentos papales, conferencias episcopales, obispos, sacerdotes, teólogos y líderes de comunidades de fe han reivindicado la urgencia de mayores espacios para la mujer y, de hecho, una mayor compresión de la persona, de su dignidad y de sus derechos inalienables, han dado al traste con una mejor valoración de ella en la sociedad y, por ende, en la Iglesia. Por eso, los Papas han sido pioneros en reclamar los espacios que ellas merecen.

El Concilio Vaticano II, testificó: “Ya que en nuestros días las mujeres toman cada vez más parte activa en toda la vida de la sociedad, es de gran importancia una mayor participación suya también en los varios campos del apostolado de la Iglesia” (Apostolicam Actuositatem, 9).

El Papa Juan XXIII, afirmó: “Las modernas estructuras sociales están todavía lejos de lograr que la mujer en el ejercicio de su profesión pueda realizar la plenitud de su personalidad y ofrecer aquella contribución que la sociedad y la Iglesia esperan de ella… La mujer, tanto como el hombre, es necesaria para el progreso de la sociedad, especialmente en todos aquellos campos que requieren tacto, delicadeza e intuición maternal” (6.11.1961).

El Papa Pablo VI, decía: “¡Qué esperanza para la humanidad si, mediante el esfuerzo concertado de todas las buenas voluntades, los centenares de millones de mujeres de todas las regiones del mundo pudieran finalmente poner al servicio de esas grandes causas (del desarrollo y la paz), y a la de la «reconciliación en las familias y en la sociedad», no solamente su fuerza numérica, sino la aportación irremplazable de sus dones de inteligencia y corazón!”

El Papa Juan Pablo II, nos regaló una encíclica sobre la dignidad y la vocación de la mujer (Mulieris dignitatis, 1988) y se expresó en diversas ocasiones a favor de la valoración del trabajo de la mujer en la Iglesia: “Solo el abierto reconocimiento de la dignidad personal de la mujer constituye el primer paso a realizar para promover su plena participación tanto en la vida eclesial como en aquella social y pública” (Christifideles Laici, 49); continúa diciendo: “Urge, por tanto, dar algunos pasos concretos, comenzando por abrir espacios de participación a las mujeres en diversos sectores y a todos los niveles, incluidos aquellos procesos en que se elaboran las decisiones” (#58).

El Papa Emérito Benedicto XVI, después de haber reflexionado sobre las mujeres que contribuyeron a la extensión de la Obra de Jesucristo y que tuvieron roles determinantes en el Nuevo Testamento y en las Primeras Comunidades cristianas, concluye: “La historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres” (14.02.2007).

La comprensión del rol de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, que parte del Concilio Vaticano II, de sus documentos y su Magisterio, las está llevando a la práctica el Papa Francisco, dando roles muy importantes a la mujer, algo más frecuente en la Iglesia latinoamericana, donde un altísimo número de los líderes que presiden las comunidades son mujeres. El Papa Argentino, señala: “La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con la sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones… Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia” (Evangelii Gaudium, 103); por eso el mismo Papa ha dado los primeros pasos designando a Nathalie Becquart, subsecretaria para el Sínodo de los Obispos; a Francesca di Giovanni, subsecretaria de la Sección para las Relaciones con los Estados; unas 6 mujeres en la supervisión financiera del Vaticano y muchas otras que van haciendo presencia tímida en ámbitos importantes de la gestión de las estructuras eclesiales.

Ante estos retos actuales, la Iglesia tiene por delante el desafío de profundizar una Teología de la Mujer que logre purificar las corrientes ideológicas que cada día intentan penetrar en su entorno, que proponga equidad, para que ella no sea comprendida como una amenaza, sino como una de las grandes riquezas de la Iglesia.

Concluimos orando con el Papa Juan Pablo II: “Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.

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