La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre

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38 La salvación que, por iniciativa de Dios Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo, es salvación para todos los hombres y de todo el hombre: es salva­ción universal e integral. Concierne a la persona hu­mana en todas sus dimensiones: personal y social, espiritual y corpórea, histó­rica y trascendente. Co­mienza a realizarse ya en la historia, porque lo creado es bueno y querido por Dios y porque el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros.39 Pero su cumplimiento tendrá lugar en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación (cf. Rm 8), seremos llamados a participar en la resu­rrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Esta pers­pectiva indica precisamente el error y el engaño de las visiones puramente inmanentistas del sentido de la historia y de las pretensio­nes de autosalvación del hombre.

39 La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual «el hombre se entrega entera y libremente a Dios»,40 respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf. 1 Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza, «pues fiel es el autor de la Promesa» (Hb 10,23). El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador, porque la rela­ción con Dios, que Jesucris­to nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de fi­liación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre (cf. Jn 15-17; Ga 4,6-7).

 

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