María Elena Grullón Estrella Regresó a la Casa del Padre Era hermana de Monseñor José Grullón

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María Elena Natividad Estrella nace en el seno de una familia cristiana, de un matrimonio muy conoci­do y querido en Santiago de los Ca­balleros, el señor Ramón Antonio Grullón, conocido por Don Mon, y de la señora Blanca Estrella, Doña Blanquita. Este matrimonio procrea ocho hijos, siendo María Elena la tercera y única mujer entre sus siete hermanos.

Por el oficio que desempeñaba su padre, como Supervisor de Educa­ción de Adultos, la familia se des­plaza a vivir en distintas partes del país. A María Elena le tocó vivir gran parte de su niñez en esta situa­ción. Ya de vuelta, la familia a San­tiago, María Elena, se siente llamada a vivir su vida consagrada a Dios y entra en el Instituto de las Hijas de Jesús, en el año 1964, junto con otras siete jóvenes que forman el primer grupo de dominicanas de la Congre­gación.

En 1965 viaja a Granada, España, para hacer su noviciado, regresando  a su tierra en 1968. A su llegada fue destinada a Santo Domingo, donde estudiaba y realizaba su labor pasto­ral en la comunidad Educativa del Politécnico Virgen de la Altagracia, de Los Mina.

A través de su vida, los envíos que recibe de la Congregación, fue­ron intercalándose entre Santo Do­mingo y Santiago, en el Instituto Po­litécnico Nuestra Señora de las Mer­cedes.

Como podemos ver, María Elena, permaneció durante muchos años vinculada de manera muy activa, con mucha ilusión y alegría a dos grandes Politécnicos encomendados por el Ministerio de Educación a la Congregación, para su administra­ción y dirección. En la última etapa de su vida, ya en la casa de enferme­ría cuidando su salud, seguía conectada escuchando, aconsejando y ayudando a muchas personas.

María Elena siempre fue la Ma­dre Elena, verdadera madre para mu­chas familias y personas con quienes compartió su vida y misión desde la vivencia profunda del Carisma de la Congregación Hijas de Jesús, testimoniando así su ser de hija de Dios Padre y hermana de todos, especialmente de los más necesitados, por quienes de manera excepcional, siempre se preocupó. Era una mujer de gran sensibilidad, corazón grande y generoso para Dios y los herma­nos.

Elena no solo fue una madre, fue también amiga, acompañante y confidente de muchas personas a lo lar­go del camino de su vida, incluyendo a aquellas que habían sido compañeras en sus tiempos de estudios.

Desde Santo Domingo y Santia­go son muchas las maestras y estu­diantes que mantenían comunicación con ella, a quien acudían pidiendo consejo y preocupadas, últimamente, por su salud.

María Elena resaltaba el lado po­sitivo y las cualidades de las perso­nas. Era incapaz de lastimar cons­cientemente a nadie. Cuando en algo sentía que se le pasaba la mano, lo arreglaba con una sonrisa y cambio de tono comprensivo y cariñoso.

Respecto a las relaciones con su la familia, fue una verdadera hija, hermana, tía y tía-abuela. Vivía y siempre que podía, participaba con mucha alegría y orgullo de todos los acontecimientos y celebraciones que  hacía su familia: matrimonios, fiestas religiosas y no religiosas, naci­miento, crecimiento, celebraciones de cumpleaños y logros de todos y de cada uno de sus miembros.

Mostraba las fotos, y nos hacía partícipes de las fiestas y preocupaciones, de los retos y desafíos de cada miembro de la familia. La pertenencia y experiencia de familia de origen, de ser hija y hermana muy querida, la proyectaba en una postura de confianza, aceptación y paz, de lo que viera como voluntad de Dios.

Mujer de fe, que no claudicaba en la dificultad, de gran fortaleza y se­renidad ante las dificultades. Esta experiencia familiar le dio facilidad para sentirse y vivirse como hija del Padre Dios. A Él se acogía y a Ma­ría, la Madre Buena, a quien tenía muy presente en su vida, preocupándose por darla a conocer a todas las personas que se relacionaban con ella. No solo era hija, sino Hija de Jesús auténtica, centrada en la identidad y pertenencia a la Congrega­ción Hijas de Jesús, a la que siempre amó. Permaneció siempre atenta a las comunicaciones que llegaban de los diferentes lugares del mundo y a pesar de tener permiso para cuidar de sus padres, siempre se hacía presente en las actividades congregacio­nales y hacía partícipe a su familia de la vida de la Congregación. Ella hizo que su familia fuera nuestra fa­milia y que lo sea para siempre.

De María Elena podemos decir con gran certeza que, como Jesús, a quien siguió con fidelidad, pasó por la vida haciendo el bien. Los testimonios que nos llegan en estos mo­mentos, de tantas personas que la co­nocieron, son fuente de gran con­fianza, fortaleza y acción de gracias a Dios, por todo lo que hizo en María Elena y a través de ella, el bien que desplegó en tantas personas y situaciones, en la construcción del Reino de Dios, de un mundo más fraterno.

Su familia, tanto Congregacional como de sangre, estamos sumamente agradecidos y con mucha serenidad, porque Dios nos regaló esta hermana de gran corazón, lleno de tanta bondad, cercanía, sencillez y sensibilidad ante cualquier necesidad huma­na. Sentimos que desde donde se en­cuentra en este momento seguirá in­tercediendo por todos y todas, en especial por nuevas vocaciones para la Iglesia y para la Congregación.

 

Testimonio de la Comunidad de las Hijas de Jesús. María Elena falleció el sábado 22 de noviembre, 2020, en Santiago.

 

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