El Señor no condena

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Según el Evangelio de San Marcos 8, 38-43, 47-48

 

¿Ha sido usted alguna vez acusado injustamente? Recordará usted el malestar que esto produce. Mira uno alrededor buscando alguien que entienda, y termina muchas veces bajando el cabeza, derrotado por la obtusa actitud de alguna gente.

Sin embargo hay personas excepcionales que toman otro tipo de actitud frente a un acusado. Fue la que tomó el Señor cuando vinieron donde él acusando a una persona.

Aparece en el Evangelio de este domingo (Marcos 9, 37-47): “Maes­tro” -le dijo uno de sus apóstoles, “vimos a uno que echaba demonios en tu nombre, pero se lo hemos prohibido porque no anda con nosotros”.

El Señor respondió: “No se lo impidan, porque nadie que haga un milagro en mi nombre hablará luego mal de mí”

Y entonces añadió la frase clave de la buena noticia de hoy. Es como un refrán. Dice así:  “El que no está contra nosotros, está con nosotros”.

Amigo, yo no sé si en alguna ocasión ha estado usted contra el Señor, pero lo dudo mucho. Una cosa es tener defectos, y otra declararse enemigo de Dios y de la gente.

Es decir, que si alguna vez usted ha sido criticado, juzgado y condenado por no parecer, a juicio de los demás, un auténtico cristiano, ya sabe cuál es la respuesta del Señor y de San Pablo.

“No lo condenen, que él está conmigo”, diría el Señor a sus acusado­res. Y San Pablo añadiría: “Él perte­nece a la comunidad porque nunca ha dicho “maldito sea Jesús”.

Pero hay otra buena noticia para usted y para mí en el Evangelio de hoy.

El Señor declara enfáticamente: “Cualquiera que les dé de beber un vaso de agua a ustedes por razón de que me siguen a mí, no se quedará sin su recompensa, se lo aseguro.”                                     Marcos 9,41

Estoy seguro de que son muchos los “vasos de agua” que ha dado usted en esta vida. Muchos los favores que ha hecho desinteresadamente. Mu­chas las personas a quien ha ayudado generosamente.

Pues a usted se dirige el Señor asegurándole que no quedará sin recompensa.

De modo que hoy tenemos, usted y yo, dos grandes buenas noticias.

La primera es que por más defectos y dudas que tengamos, nunca nos hemos declarado expresamente en contra del Señor, y, en consecuencia ESTAMOS CON ÉL, y formamos parte de su familia.

Y la segunda es que el Señor ha estado pendiente del más mínimo acto de generosidad que hayamos realizado en su nombre, y que, por éste, seremos recompensados.

La próxima vez que alguien lo acuse injustamente, (sobre todo cuando sea una voz interior que suele atacar mucho) recuérdese de esta frase del Señor:  “Si alguien te ataca, no será de parte mía” (Isaías 54, 15).

 

LA PREGUNTA DE HOY

 

¿Cómo se gana uno la amistad con Dios?

 

No tiene que ganár­sela. ¡Ya la tiene!  ¡Es un regalo! El amor de Dios por usted es PERSONAL, INCONDICIONAL Y GRATIS.

Un pez no percibe el agua donde vive y nada. Nosotros no percibimos de modo natural esa Presencia Amorosa donde vivimos y existimos.

La amistad con Dios no se gana, se recibe, como recibe un niño un regalo de un padre bondadoso: con sencillez, con alegría, con con­fianza.

Y si usted desea oír la voz amorosa de Dios, hay un aparato que sirve para escucharlo: se llama EL SILENCIO.

 

¿Hace usted silencio, tan siquiera cinco minutos al día?

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