En Mateo 22, 34–40, Jesús ha hecho callar a los saduceos. Ahora los fariseos se frotan las manos y le lanzan esta recta de humo: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? En tiempos de Jesús, un judío educado conocía unos 613 mandamientos positivos, 365 prohibiciones y otras 248 prescripciones. Jesús le pegó tan duro a ese lanzamiento, ¡que la pelota todavía está en el aire!
Jesús nos enseña: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”. Este mandamiento es el principal y primero.” Imposible el concebir un mandamiento más exigente para con Dios. Jesús reclama para Dios la totalidad de aquello que define al ser humano como persona. Quedan descalificadas nuestras posturas de gente ligera. Quedan en ridículo, todos los que le hacen el favor a Dios de creer en Él, mientras les convenga.
Pero la originalidad de Jesús resplandece en ir más allá de la pregunta farisea. Habla de un segundo mandamiento “semejante” al primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Al calificar de semejante al segundo mandamiento, lo engancha del primero, que se dirige hacia Dios mismo.
Nuestra cultura fomenta el amor a uno mismo para que compremos muchos productos. Nuestra cultura nos pone a construir una felicidad sin prójimo. En cambio, Jesús parte del amor a uno mismo para que lo dirijamos al prójimo.
Querámonos como somos y queramos así mismo al prójimo y construiremos relaciones realistas y con futuro.
Muchos se presentan como religiosos para legitimar sus posturas egoístas. ¡Tantos xenófobos pretenden ser defensores de la patria y la religión! Para que ni se nos ocurra separar el amor a Dios, del amor al prójimo, Jesús nos recalca: “estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”.
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