En el curso conocimos sacerdotes de toda América Latina. Vi por primera vez al ya fallecido cardenal López Trujillo. También a Mons. Boaventura Kloppenburg, obispo brasileño que, en un aparte de sus clases, hizo galas de sus dotes parasensoriales (hipnotizaba en un abrir y cerrar de ojos); en esto pasamos una mañana entera con él: Sentaba hombrotes y no podían levantarse, contaba hasta tres y todos caían hacia atrás, incluso un amigo chileno, Padre Bernabé Silva, que salió dispuesto a resistirle, fue el primero en caer. Movía plomadas con la mente, teletransportaba… Nos contó que una vez fue acusado de brujería ante el Papa Pío XII, quien lo mandó presentarse a Roma. Le explicó al Papa y éste convocó a una reunión a la curia, a rectores de universidades, etc.
En esa ocasión, Kloppenburg comenzó citando una frase del Derecho Canónico que catalogaba de pecado lo que él hacía, y dijo: hoy vamos a cometer ese pecado. Había una mesa en el lugar y pidió a varios de los asistentes que la presionaran con sus manos, hacia el piso. Él comenzó a mover la mesa con la mente, y siguió moviéndola, sin que el grupo pudiera detenerla. Nos dijo también que sus superiores habían tenido que trasladarlo varias veces, cuando era fraile, pues la gente andaba detrás de él. Hizo pruebas con algunos del grupo, a ver si tenían algún don paranormal. Nos advirtió que los que tienen estos poderes son concordes en que, al usarlos, se debilita la mente. Como él hizo una prueba con unas cartas (barajas especiales), yo quise hacer lo mismo con unas comunes, cuando iba camino a una de las quebradas de Docordó. Le pedí a la hermana Pilar que me mostrara las cartas una a una, por detrás, para yo adivinar la figura que tenía al otro lado. Fue presentándomelas y colocándolas en dos pilas distintas. Yo iba respondiendo, y veía que una de las pilas crecía. Estaba contento, pues iba acertando notablemente. Al final resultó que la pila grandota eran las que había fallado; sólo había acertado dos o tres. Nada de poderes paranormales.
Fui una vez a la plaza de toros de Medellín, solo por curiosidad. En la primera parte de la corrida, el torero estuvo lidiando con un toro, al parecer, mayor de edad: casi tenía que rogarle que se moviera. No sé cuántas veces tuvo que intentar hundirle el estoque para matar finalmente al pobre animal. Después trajeron un torete bien despierto que, faenado por el torero, hizo gritar muchos olés a la plaza.
Es la única vez en mi vida que he visto en vivo una corrida de toros. Hay cosas que no entiendo, y la tauromaquia es una de ellas. Se supone que es algo ajeno a nuestra cultura y, por lo tanto, difícil de asimilar. A veces he visto actitudes del torero –gestos de burla, por ejemplo– que me parecen simplemente ridículos.
La única vez que he sentido el olor de la marihuana, fue en Medellín: estábamos de visita en una casa; sentí ese olor fuerte y pregunté qué era. Me respondieron discretamente que los vecinos acostumbraban usar dicha sustancia.
El Seminario de Medellín (mayor y menor) tenía alrededor una gran finca con árboles maderables y un aserradero. Me dijeron que se sostenía con esto. Pensé qué diferente era el Seminario Santo Tomás de Aquino, en donde era tan difícil el sostenimiento económico.
Benito Ángeles y yo viajábamos los fines de semana a un pueblecito de Antioquia, llamado Titiribí. Ayudábamos al Párroco con algunas Misas. La primera vez que fuimos procuramos al Párroco en la casa curial. Una señora nos dijo: “Acaba de salir… debieron encontrarse con él en la calle. ¿No vieron a un mono?” Entonces supimos que en Colombia mono significa rubio. En titiribí bebíamos una agua de panela muy buena, pues cultivaban alguna caña de azúcar.
Alguna vez fuimos también a Sonsón y Río Negro, de Antioquia; lo misma que a La Ceja, con su gran seminario. También estuvimos en alguno de los clubes campestres llamados Confama, o algo así. Lo que más recuerdo de ellos es la fruta abundante y variada (creo que ahí conocí la chirimoya); también era notable la variedad de las flores.
Como nos tocó estar en septiembre en Medellín, también pudimos asomarnos a la Feria de las flores, con los miles de silleteros desfilando por las calles con sus variados y a menudo sorprendentes arreglos florales.
En este curso conocí a Mons. Guillermo Melguiso –siempre amable– quien dirigió el curso, a Mons. Julio Cabrera, a Mons. Ricardo Cuellar, y a muchos otros sacerdotes que llegaron a ser amigos nuestros.
Participantes:
Colombia: Fidel León Cadavid (ahora obispo), Carlos Luque, Isaac Montaño, Julio Daniel Botía, Luis Medina, Ovidio Muñoz cm, Jaime Pinilla.
Méjico: Roberto Alvarez Navarro, Sergio Díaz, Cayetano Antolino, José Ascensión Barbosa, José René Blanco Vega (actual Vicario General de la Diócesis de Ciudad Juárez), Francisco Herrera (Pancho), José Trinidad Medel (compañero de Mons. Flores en la Univ. de Comillas, España; ambos Arz. eméritos), Eduardo Sahagún.
Brasil: Oscar Colling, Evaristo Debiasi.
Chile: Josef Bocktenk, Bernabé Silva, Pedro Tapia Toro.
El Salvador: José Contrán, Jaime Paredes.
Guatemala: Antonio Bernasconi, Alfonso Evertsz.
Paraguay: Andrés Carr, Miguel León.
Uruguay: Miguel Ulfe.
Puerto Rico: Walter Gómez.
Rep. Dominicana: Benito Ángeles y Freddy Bretón.
Fueron las secretarias Trudy Salomonsky y Marieta Mesa. Bibliotecarias: Olga Inés Jaramillo y Martha N. Herrera, con quien sostuve comunicación epistolar por un buen tiempo, así como con el seminarista Nelson Giraldo Zuluaga, de Envigado, Medellín.
Este primer curso produjo un documento sobre las cuatro dimensiones de la Formación Sacerdotal (humana, espiritual, intelectual y pastoral).
Se puso en circulación en forma de pequeño libro en el acto de clausura del curso, tocándome a mí las palabras de presentación del trabajo (me correspondió tal suerte, según el amigo salesiano centroamericano que lo sugirió, por tener yo un lenguaje descomplicado teológicamente. (Y, viniendo esto de un amigo, supuse que era un cumplido). El Padre Rafael Felipe (Fello) ponderaba mucho este pequeño libro que yo perdí.