Primera parte
Desde la difícil salida del país de Monseñor Lino Zanini como Nuncio Apostólico de Su Santidad, a finales de mayo de 1960, después de ser declarado como persona no grata por el régimen de Trujillo, en represalia por su decisivo involucramiento en la Carta Pastoral y en la defensa de los derechos humanos conculcados por la dictadura, no volvió la República Dominicana a contar con representación pontificia a nivel de Nuncio Apostólico hasta el mes de noviembre de 1961, es decir, seis meses después del ajusticiamiento del tirano.
Durante el período transcurrido entre mayo de 1960 y noviembre de 1961, aproximadamente un año y seis meses, fungieron como Encargados de Negocios (a.i ad ínterin), es decir, un funcionario de rango menor que un Embajador, pero que transitoriamente se desempeña como Jefe de Misión, Monseñor Luigi Dossena, hasta el 16 de marzo de 1961, fecha en que fue nombrado en su lugar Monseñor Antonio del Giudice como responsable de la Nunciatura, con rango de Consejero, hasta el 14 de octubre de 1961, en que fue designado Monseñor Clarizio. A Monseñor Emmanuel Clarizio correspondió jugar un papel estelar, no del todo conocido y valorado, en medio de uno de los lustros más tormentosos de nuestra historia contemporánea, el que transcurrió, como titulara Balaguer uno de sus textos, “Entre la sangre de mayo (el ajusticiamiento de Trujillo) y la guerra de abril de 1965”.
Monseñor Emanuele Clarizio se desempeñaba como Internuncio en Pakistán al momento de ser designado Nuncio en la República Dominicana, por el Papa Juan XXIII.
Había sido consagrado Arzobispo Titular de Claudionopolis de Isauria, el 29 de octubre de 1961 por imposición de manos del Cardenal Secretario de Estado Amleto Giovanni Cicognani, en la Iglesia Parroquial del Espíritu Santo, en Sassia, Roma.
Inició a sus estudios humanísticos en el año 1924, como alumno del Instituto de la Obras Eclesiásticas, ingresando al Pontificio Seminario Vaticano en el Año Santo de 1925. Desde 1927 ingresó al Seminario Mayor Romano, en el Laterano, cursando allí los estudios filosóficos y teológicos, los cuales completaría con sus estudios doctorales de Derecho Canónico los cuales culminó en la Universidad Pontificia Lateranense.
Fue ordenado sacerdote, con dispensa de la edad canónica, el 8 de diciembre de 1933, dedicándose por cuatro años al servicio pastoral en su parroquia natal. Al tiempo que cursaba estudios en la Pontificia Academia Eclesiástica, -centro de formación de los diplomáticos vaticanos-, inició sus servicios en la Secretaría de Estado, – la Cancillería vaticana-, en el año 1939.
Al culminar su curso académico, el Cardenal Juan Bautista Montini, para entonces Sustituto de la Secretaría de Estado, y quien luego sería elegido Papa con el nombre de Pablo VI, lo designó como su secretario, responsabilidad en que le acompañó durante la Segunda Guerra Mundial, encomendándole delicadas tareas, entre ellas, la que le llevaría a Estambul, donde se encontraría por vez primera con el entonces Delegado Apostólico en Turquía, Monseñor Ángelo Roncalli, quien a la muerte del Papa Pío XII sería escogido como su Sucesor, en el año 1958, con el nombre de Juan XXIII.
Durante aquellos tiempos convulsos, prestó valiosos servicios a la Iglesia, a favor de los perseguidos políticos y los damnificados por los efectos de la guerra.
En el año 1947 sería designado Auditor en la Delegación Apostólica en Washington, entonces bajo responsabilidad del Cardenal Cicognani. En 1949, sirve funciones como Delegado Apostólico en Australia y Nueva Zelanda, colaborando con el Cardenal Paolo Marella.
En 1954 fue transferido a desempeñar funciones como Consejero de la Nunciatura Apostólica en Francia, labor que desempeñó hasta 1958, año en que el Papa Pío XII le designó como primer Internuncio en Pakistán. Allí desempeño una admirable labor, ganándose el respeto tanto de la comunidad católica como musulmana.
Arribó al país la tarde del 27 de febrero de 1962, presentó credenciales ante el Presidente Bonnelly, el 6 de marzo de 1961, siendo recibido solemnemente en la Catedral Metropolitana, el 8 de marzo del mismo año por los obispos, sacerdotes y la feligresía católica.
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