La Iglesia de la Pascua

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La comunidad cristiana es el centro de la narración de los He­chos de los Apóstoles: sus inicios, su fe y su misión. En todo el relato, un tema siempre presente, no obstante las persecuciones, las cárceles, las dificulta­des, los golpes y la muerte de los primeros mártires por causa de Jesús, es la alegría de los que han experimentado al Resucitado.

Esta alegría inunda la Iglesia desde la mis­ma solemnidad de la Vigilia Pascual que vive, anuncia y celebra el misterio de la Re­surrección de Jesús, nuestra Pascua. De esta forma, para todo cristiano, el motivo de tan­ta alegría que desborda sus corazones, tiene su origen en la fe nacida en Jesús que ha vencido la muerte con su resurrección.

El primer llamado de atención que pre­para esta inmensa alegría, lo canta bajo la luz del Cirio Pascual, la misma primera frase del Pregón Pascual: “Exulten los coros de los ángeles…” y más adelante llama hacer lo mismo a la Iglesia: “Que se alegre la Ma­dre la Iglesia, resplandeciente de la gloria de su Señor…”, seguido más por el “Aleluya”, el encendido de las luces en la Iglesia y el sonar de las campanas mientras se entona el “Gloria”.

Esta ceremonia, a pesar de la sencillez con la que se prepare, no deja de ser rítmica y solemne. La Iglesia celebra con júbilo el evento de la Resurrec­ción del Señor, la Pas­cua/paso de los cristia­nos, la “madre de todas las vigilias”, que se ex­tiende durante 50 días. Todo ello viene cons­tatado por los mismos textos litúrgicos del Tiempo pascual, que son la fuente desde donde brota la alegría de la Iglesia, tanto de cada cristiano indivi­dualmente como de toda la comunidad cristiana.

Durante la cincuen­tena pascual, las oraciones de la Iglesia, las fiestas, los prefacios expresan de diversos modos la invitación a vivir la alabanza y la alegría que da Jesús a quienes experimentan su Resurrección, desde su aspecto teológico, espiritual y existencial. De hecho, los cinco prefacios de Pascua concluyen con la mis­ma expresión: “Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan sin cesar el himno de tu gloria”.

De esta forma, la Pascua es el tiempo de la alegría, de la Iglesia alegre, viva, que celebra la esperanza convertida en fiesta, en la presencia del Señor Resucitado. Esta alegría, que es transversal a todo el tiempo de Pascua, arranca con la Vigilia Pascual, como hemos visto más arriba y concluye con la fiesta que corona este Tiem­po Litúrgico: Pentecos­tés o la venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles.

La alegría se manifiesta como el don de las cosas imperece­deras, debido a que es fruto del Espíritu Santo (Gál. 5,22) y, al mismo tiempo, es la expresión de la manifestación de la Iglesia. La vida que no tiene fin, que nos regala Jesús Resuci­tado, provoca la alegría de la Iglesia.

Los himnos, cantos y salmos vitorean a Jesús por su triunfo sobre la muerte. Por eso, la misión de la Iglesia no se enmarca en el contexto de la tristeza ni del dolor, aun cuando fue en la Cruz donde Cristo redi­mió el mundo, sino de la alegría y la esperanza que encuentran las mujeres la mañana del domingo (Mt 28, 1-8) y que confirman Pedro y Juan (Jn 20,3-9), es decir, en el sepulcro vacío (Mc 16,6).

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