Manuel Maza, S.J.
Hoy, Malaquías (1, 14 a 2,10) señala el efecto negativo de los liderazgos corruptos: “apartarse del camino y hacer tropezar al pueblo”. El camino para desarrollar nuestro país es el trabajo y el respeto a la ley. Los poderosos a veces envían este mensaje fatal: lo que cuenta es tener enllaves. Una figura pública puede cometer acciones merecedoras de una investigación profunda, pero si tiene relaciones en las cúpulas del poder, su proceso se enreda cual novela venezolana. El mal es viejo, Malaquías lo denuncia: “se fijan en las personas al aplicar la ley”.
En el Evangelio de Mateo (23, 1-12) se nos narra cómo Jesús también enfrentó el liderazgo corrupto y mediocre de su sociedad. Sería un error grave no cumplir las leyes, usando como excusa que las autoridades no las cumplen. “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: hagan y cumplan lo que ellos digan, pero no hagan lo que ellos hacen”.
Lo que Jesús critica en el liderazgo de su época, nos lo podemos aplicar a nosotros mismos. Los que mandan y pueden, “atan pesadas cargas, en los hombros de las gentes pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para ayudar a cargarlas”. Indigna, que el presupuesto aprobado asigne partidas generosas a los partidos y barrilitos para fabricar clientes votantes, y no se invierta más en asuntos ambientales.
Cada día la prensa nos muestra a diversas figuras públicas haciendo “el bien”, pero “todo es para que los vea la gente.” En las calles, transitamos de tapón y tapón y eso no se enfrenta, pero se organizan Ferias para que circulen más carros. Necesitamos un liderazgo que sirva y enfrente esta situación.
Jesús cura así el liderazgo fracasado: “el primero entre ustedes, sea su servidor.”