CAMINANDO
Por la condenable conducta de unos pocos, no se puede juzgar al conglomerado. Observemos en las instituciones el comportamiento de la mayoría, pues en esa mayoría radica su esencia. Los cultivos de manzanas, por mejor cuidado que tengan, siempre darán algunas frutas indeseables.
Cuando éramos jóvenes y nos invadían cuestionamientos sin claras respuestas, en las tertulias discutíamos sobre el origen del bien y del mal y de si debíamos confiar en los demás. Era un tema que sabíamos marcaría nuestra visión con relación a los hijos de Dios.
Recuerdo que fui –y soy– un abanderado de la tesis de Jean-Jacques Rousseau en el sentido de que el hombre era bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompía –pienso que son muchos los factores–; otros, y los respetaba porque desde niño la tolerancia a las diferencias la he asumido como virtud, se inclinaban por pensar como Nicolás Maquiavelo y afirmaban que el hombre era malo por naturaleza.
También defendía con energía que confiaba en el ser humano, sin dejar la prudencia de lado. Si alguien –les expresaba a mis amigos– me engañaba o me decepcionaba, ese era el precio que debía pagar por creer razonablemente en la gente. Me encanta relacionarme con el prójimo con libertad, sin delirios de persecución, viendo en principio a cada uno como hermano o aliado, no como enemigo o distante. Así logramos vivir más en paz y en armonía con nosotros mismos y con lo que nos rodea.
Pero, sin negar nuestras fallas y debilidades, aunque estemos convencidos de que somos buenos por naturaleza y de que debemos confiar en nuestra raza, siempre aparecerán algunos con un proceder que romperá aquellos esquemas donde se nos permite cometer los errores propios de nuestra condición imperfecta.
Desde que tengo uso de razón soy católico. He conocido cientos de sacerdotes, religiosos, diáconos, presidentes de asamblea, promotores de las enseñanzas de Jesús y pueblo llano que asiste a la iglesia. También he tratado a muchos miembros de iglesias hermanas. Y casi la totalidad ellos son íntegros y están entregados a su causa, de corazón, con el bien como norte.
De igual manera digo lo mismo de personas de otras áreas a las que me dedico: abogados, políticos, artistas, deportistas… Por ello, repito, nunca juzguemos al conglomerado en base al pésimo comportamiento de unos pocos, algunos de los cuales, por desgracia, hacen mucho ruido y daño.
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