Mis redes están repletas de vídeos de “música urbana”. Observo  a mozalbetes en las esquinas, fumando y bebiendo, cantando algo que no se entiende, con un ritmo monótono; los varones andan con los pantalones puestos debajo de la cintura (no sé cómo caminan) y las damas vestidas de cualquier forma.

Reconozco que algunos tienen cierta gracia bailando, se mueven como culebras, hacen muecas rarísimas, sacan la lengua como iguanas,  se dan golpes en la cara, se tiran al piso, con los ojos desorbitados y los cuerpos tatuados.

No soy anticuando. El verbo “tolerar” lo tengo tatuado en mi corazón. Valoro y apoyo la diversidad creativa, aunque algo no me agrade; pero si bien es cierto que el arte se desarrolla en libertad, esa libertad tiene su límite en la medida que degrada la dignidad humana o estimula el mal comportamiento e incluso la ilegalidad. Eso es libertinaje.

En la música  juzgar lo que es bueno es muy subjetivo. Demasiados gustos tenemos los hijos de Dios para encasillarnos y las opciones son interminables. Nadie puede criticar al que prefiere Tatico Henríquez que Beethoven,  Verónica Castro que Mercedes Sosa; eso sí, aunque lo respete, nunca entenderé que alguien admire más a Onguito que a Cerati. Naturalmente, el problema es que no se conocen los talentos reales.

Tengo mis reservas con la “música urbana” y la conducta de varios de sus protagonistas, donde los escándalos no cesan. Algunos suplen la mediocridad con indecencia, solo para llamar la atención. ¿Qué podemos hacer para evitar que esta “enfermedad musical” siga propagándose?

Imaginen el presente y futuro de aquellos que idolatran a los que, por medio de canciones absurdas y sin calidad, además promueven la droga, el desenfreno sexual, la violencia, el maltrato a la mujer y la conquista de dinero fácil. Eso es la moda en todas las clases sociales. El contagio es masivo.

He compartido con exponentes de la “música urbana” y, siendo justos, entre ellos los hay con buena fe y deseos sinceros de hacer su trabajo lo mejor posible. Muchas de sus interpretaciones son interesantes. No me refiero a ellos.

Este asunto debe inquietarnos, en especial a los que tenemos hijos adolescentes. Una canción puede incidir en la conducta de quien no ha madurado. Tenemos una generación donde los héroes musicales no son ejemplos positivos de nada; eso tendrá nefastas consecuencias en nuestras conductas.

Resaltando el sagrado principio de la libertad de expresión, el Estado debe involucrarse buscando opciones para que estas manifestaciones musicales tengan mayor control cuando promuevan los antivalores. Y los medios de comunicación también tienen la responsabilidad de no promocionar todo aquello que perjudique el buen desarrollo del país.

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