El inicio de un nuevo año constituye siempre un momento especial en nuestra trayectoria existencial. Ocasión propicia para reafirmar convicciones, afianzar propósitos pero también para reorientar senderos.
Debido, las más de las veces, a una especie de inercia vital, vamos los seres humanos postergando proyectos. Es el momento de replantearlos o reiniciarlos. El hecho de que algo no saliera bien el pasado año no implica necesariamente que hemos de abandonar la meta. Lo que casi con toda seguridad hace falta es cambiar los medios utilizados. Un sabio expresó una vez: “cambia de camino pero no de alma; cambia de táctica pero no de meta”. Creo que esto viene muy bien como consigna cotidiana para reemprender lo iniciado e interrumpido, sin olvidar que más que fracasos, hemos de hablar de “lecciones aprendidas”, pues las dificultades, asumidas con entereza, fortalecen nuestro carácter.
No olvidemos que la vida es camino. Gabriel Marcel, el gran filósofo cristiano francés, nos volvía a recordar que somos “Homo Viator”, seres siempre en camino. Precisamente al “Romero”, al “caminante”, dedicó León Felipe uno de sus más hermosos poemas:
“Ser en la vida romero,
Romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
Sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero…, sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero.
Y es que cuando va uno de camino se avanza mejor si, parafraseando a Antonio Machado, vamos “ligeros de equipaje”. ¡Cuantas cargas inútiles vamos incorporando a nuestras vidas! Ahí están esas cargas del alma que nos tornan la vida tan pesada y amarga: resentimientos, envidias; ese yo vanidoso que anda siempre buscando halagos, reconocimientos ser importantizado.
¡Y la carga inútil de los estándares sociales! Las absurdas comparaciones! Velada competencia exhibicionista que orienta la vida hacia el enfermizo consumo de cosas perecederas, de suerte que hoy, algo nunca visto en el pasado, se fabrican los objetos con un corto período de vigencia. Se reduce el tiempo de su caducidad. Es lo que se denomina hoy “obsolescencia programada”. ¡Ya nada dura!, ¡Nada permanece! Todo ha de mutar conforme los designios inevitables del mercado que condiciona voluntades y trastorna conductas.
Al iniciar un nuevo año cada uno habrá de meditar serenamente en las cosas que necesariamente deberá cambiar. Cuán saludable sería que comenzáramos por ir dejando en el camino el peso muerto de tantas cosas inútiles que se han ido adhiriendo a nuestras vidas llenándola de turbación, de angustia y desasosiego.
En lo que respecta a las relaciones interpersonales, familiares y laborales, qué bien nos vendría preocuparnos por el otro pero dejándole ser: muchas veces sin que nos demos cuenta “invadimos” el espacio vital de los demás. No debemos olvidar que cada uno madura a su ritmo. Que el cambio no se impone. Que, al final del día, sólo cambiará quien se lo proponga y decida hacerlo.
Ejercitémonos en paciencia, en respeto, en tolerancia. Vayamos abandonando esas actitudes reactivas que nos mueven a responder a todo con agresividad, con ira, con incontrolada impulsividad. La sabiduría del convivir está en no responder violencia con violencia, en actuar serenamente ante la irritación ajena, en no permitir que sea el otro el que decida cuál debe ser mi actitud.
Que este año 2019 podamos vivirlo y asumirlo con el sano y persistente propósito de continuar dando lo mejor y esto sólo será posible si luchamos cada día por ser mejores; por ir configurando al querer de Dios este barro frágil que somos y que Él alienta con su amor incondicional.
¡PROSPERO Y VENTUROSO 2019 PARA TODOS!
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